Abrazada al suelo y besando mis rodillas me soñé explicándote con gusto salado que no, no quiero tener hijos. Cuando desperté, confundí los perfumes y sólo fui capaz de vestirme con un paracaídas ajeno, y olvidé las gafas de sol. Y vos no estabas allí para cuidarme de las nueve de la amarilla mañana. Pero algo me dijo que no, tampoco querés tener hijos. Y sonreí. Desparpajadamente sonreí.
Texto agregado el 02-06-2005, y leído por 174 visitantes. (1 voto)