Clochard. Pas sour la bouche. Eine kleine natsch musik. Ess muss sein. Parálisis completa de lo incompleto. Storytelling. Návrat Idiot. Un lugar en el mundo. Saraband. La fleur du mal. Triple agent. Le rayon vert. Cuento de otoño, en invierno. Sea.
La evocación tiene que ser condensada en recuerdo, o en experiencia, o en alusión imperfecta de lo que no se vive porque se muere. Algo bastante práctico y, por qué no, sumiso. Qué dichos.
El todo es más que la suma de las partes. Asociacionismo inglés. Herbert Spencer. La granja vip. Jung. Escuela norteamericana paradisíaca. Skinner. El ingeniero del 404. El hombre que decide guardar una bala en su cabeza. Pero no, wey, pero no.
Pero nublado. Pero tosca ensoñación para atrás.
Carraspeo...
Sueños en continuación. Hilativamente perfectos –de hilo o madeja-. Paradojales, cuando no. Pero cómo. Petardo y fuegos artificiales. Sentarse en la escalera para meditar. Para meditar no. Para recrear extractos de vida a su antojo y semejanza o modificar como siempre todo lo que pudo decir y no dijo, o hacer y boleto de micro. Cambiar por ejemplo que la noche esté estrellada y titilen con lujuria los astros a lo lejos.
Impaciencia.... leve concentración cordial.
Pero ya va, ya va (¡mira qué tarde! ¿cuantas tardes así has visto este invierno?). Sólo hay que dejar pasar el rato. No sé, este, es cosa de enumerar los segundos y que cojeen unos tras otros, incivilizándose. Hacer poema:

Algo que suceda próximamente.

Algo que suceda próximamente.

Algo que suceda próximamente.

Próximamente.

Próximamente.

Meditar sobre el poema -juntos, no se trata de excluirte-. Dudar si "próximamente" lleve tilde, por lo sobreesdrújulo. Meditar no. Recrear sobre el poema y sus corridas con posta. Iron man. Lluvia en verano. Corridas de toro, no de postas. Les retrouvailles. ¿Entiendes?
Mirada de desconfianza... suspiro liliputiense más metafórico que real.
¡No-no-no-no! (dicho en trencito). Sólo un rato. Sé que suena... Las explicaciones son errores bien vestidos. Lo dijo un sabio. Pero... por un manotón en la vista, o una caricia cómplice nocturna, todo se hace al revés y a la par. Amor y odio, como simbiosis. Amor y odio, como día y micro. Amor y odio, como Maturana y Luhmann. O "a lo" y completar con lo que falta con atracción pedante. Pedantesca o andante, quijotesca, por decir lo menos.
Mirar reloj....
Ay. Es la imposibilidad. No se culpe a nadie si las chombas a uno se lo comen. No se culpe a nadie si el invierno se pone azul de repente y se desmorona en doce pisos. Amnistía. Misericordia. Piedad. No sabemos mantener la continuidad en las plazas. Mas creemos en ellas y no pasa nada, seguimos en recta, en plano, ves. ¿Ves? Seguimos en plano. Los círculos son para las bestias. Circumbirúmbicas. Palabra embudo esa. Y es temprano, y el crepúsculo nublado es eterno cuando es de día. Nadie puede decir nada, o no alcanza a decirlo cuando la noche le golpea las sienes.
Precisamente, no tengo todo el día...
Lo sé. Lo sé. Créeme que lo sé. Y que trato de ir lo más rápidamente posible y de llegar al centro del asunto y no rodear y rodear como si se intentara abrazar la lluvia. Nadie quiere perder el tiempo, todos queremos ganarlo y que no nos duelan los dedos de frío y que logremos, quién sabe, saltar de pura felicidad de un búnker de guerra y acribillar a la velocidad de la luz a todos los enemigos de la complaciencia humana. Mira que lindo. Si es el objetivo de todas las cosas, como confesar, como culpar, como sentir que se escurre la sangre a través de las arterias principales del sistema circulatorio. Como la lluvia, los muertos, las bombas atómicas. Y no es que sea algo fácil o díficil de decir, es sólo que es indecible, o inexplicable, y tendría que trazar croquis en un mapa blanco para que el objetivo se intentara dilucidar como de soslayo o deseo, o como la certera búsqueda del infinito cielo incendiado al borde del mar (como dijo el mismo sabio antes citado). Pero, no hay que desesperarse en casos como estos. Sólo, mira, sólo es cosa de dejar pasar el momento y verlo desde afuera, en frío, para notar, por fin, que había una extraña razón oculta como en teorema de Pitágoras y que apuntaba casi con desidia el mismo punto que yo intento, frenéticamente, indicarte. Por eso te cité a reunión extraordinaria en esta plaza a esta hora y con estas mismas nubes quejumbrosas iluminando nuestras cabezas. Para decirte, por fin y principio, que todo lo antes hecho, contado, soñado o imaginado, está...

El hombre de improviso deja de hablar. La vista, antes siempre hiperquinética, alternada en el rostro de la mujer o las hojas de la calle, se le va ensimismada -y sin retorno- hacia el farol que se enciende. Una leve luz naranja viene a sustituir lo poco de naturalidad que queda en el aire, húmedo y sellado en un crepúsculo invernal.
La mujer, impacientada, coge lo suyo; una cartera; una cajetilla de cigarros. Ya había tenido suficiente, pensó. Se para y sacude algunas hojas que de la banca de la plazoleta se le habían pegado al montgomery. Mira, por unos segundos, casi tiernamente al hombre, casi entendiendo, casi dándose cuenta de... Pero no. Camina unos pasos rumbo a... Algo la obligar a voltear y mirarlo otra vez. Absorto. Ensimismado. Búnker, como él decía. Una extraña sensación se apodera de ella como del centro del tórax hacia afuera. Una especie de nudo, de fuerza impostergable, inexplicable, incertera. Una ráfaga antártica se le cuela hasta los huesos. La luz naranja del farol ya lo cubre todo. Retrocede un paso. Dos pasos. Tres pasos. Los ojos se le vuelven vidriosos, anticipados. La piel. El pelo. Sus dichos. De pronto se le ilumina todo, pero ya es tarde, y aunque corra, y aunque grite, ya no puede hacer nada. Y el hombre explota en mil pedazos fundiéndose ya sin vuelta con la luz del farol, naranja, misteriosa y déspota.