Tenemos que huir. De los guanacos y de los encapuchados, y de las hormigas y de los sillones, y de las pozas de agua. Y de todo tenemos que huir. De la colombiana, de los cabros, de las sopaipillas, de la profe.
Tenemos que huir porque queremos llegar. Porque quiero llegar. A pensar al otro lado de vidrios de goma. Allí todo es más fácil. Allí todo es puro xenoojo azul (xeno: extraño, ajeno; ojo: pelota brillosa de la que se enamoran algunos y que, secundariamente, sirve para ver).
Te tomaba el cuello y no respondías, o si lo hacías era como en las películas, con rostro de gato. Después venía la iglesia, el barro, la bicicleta, y otra vez tú, como de la nada, o de un computador. De repente, porque así son los sueños, todo se volvía azul oscuro tirando a barroso, y las paredes parecía fueran de aserrín.
En todo el día no pude dejar de volver.
Después, uno mira como contemporáneo, y saca la armónica. Y toca una melodía bien decente y metafórica : Oh Susan! (la de los vaqueros). Todo sea por ver otra vez el ver de nuevo. No sabría si configurar. Es que falta idiosincrasia debe ser.
La cosa es que te seguí. En grupo, con los cabros y todo. Disimulo perfecto. Pero me topé con una poza de agua, llovía antes de todo. Luego, por fin, me encontré y atiné a hacer lo que siempre se hace en las situaciones que no pueden resolverse de forma natural: alguna barrabasada. Agité las manos cual homo erectus y volví a pensar que todo era en vano...
Tenías el cuello bien tibio. Imposible no pensar en.
Hoy, en la realidad, miraba bien "a lo pavadamente" el amanecer. Era como los viejos, o los que para mí son viejos. Luego la micro. Me encontré con la Karen. No nos molestamos en conversar, un saludito poco y ya, cada uno recalentando lo que podía para la prueba de Introducción. Estuvo difícil. Aun así, no es lo esencial. Hasta lo dije ayer, en Integración. Pero no me creí. Me soné falso y tuve que barrabasear -deux et machina- con el Mono para que se me pasara la extraña sensación de haber dicho algo que no quería de verdad decir. Claro que las tutoras se enervaron su resto, de hecho, una de ellas se sentó entre el Mono y yo, para evitar la bulla, dijo. Pero ella se reía más, si la observaba. Todo bien surrealístico. Y cuando con el Mono empezamos con ambigüedades sexuales, peor. Debe ser porque se creen el cuento, o la novela, o no saben que la gente que escribe siente un magnetismo brutal hacia lo que causa ambigüedad -desafío deux et machina-, y el Mono escribe poemas, y yo prosa, entonces entendemos de eso.
Dos ojos de aceituna.
Y me postea la gaviota en la página de los cuentos (me postea el texto "los soñadores" que es el mail que le escribí a la Natalia, y que, ahora me doy cuenta, me escribí a mí con ciertas reservas). Me sube la moral y el superyo y claro, hay que doblar los ojos. Y Lucio me sube 12 décimas en la prueba, qué más. Y la colombiana, Betty, como la bautizamos con el Daniel, resultó ser escandalosamente bióloga ambiental -y no miss Colombia, como aventuraba Alejandro, soñador-. Y es que en ese electivo sí que pasa de todo. Es como la vida, pero sin realidad. Lo único malo es que cuando uno intenta tocar armónica, alentado con frenetismo por Daniel y Alejandro, la colombiana mira con cara de diablo y ya, a uno no le queda más que el arrepentimiento por los pecados y las interrupciones, y abre el cuaderno en la página blanca y hasta pregunta, aplicado, cual es la diferencia práctica entre simbiosis y mutualismo, y es que la simbiosis es un lazo vital mucho más profundo, dice con ojos ilusionados Betty, casi creyendo que motiva a la flora silvestre ufrística que varía de ingenieros ñoños cibernéticos y macanudos a agrónomos aplicados, puntillistas y acuciosos, que hacían callar con rotundas miradas inyectadas en sangre a los sicólogos, que cual inocentes faunos tiraban avioncitos de papel a nombre de Freud y el asociacionismo inglés.
Y después -obviando el acontecimiento sobre el cual un fauno casi regaló al avioncito de papel un ojo izquierdo (colombiana diablo)- fueron las lacrimógenas, y hasta el paco se reía, y yo llorando y moqueando, y el hombre cuarenteno que me decía "no mijo, no se rasque que es peor" y lloraba también, todos llorábamos, hasta la vieja con la bolsa de plástico que no tenía nada que ver con el asunto. Y el paco, con los ojos rojos, se pegaba la estornudada de su vida mientras un encapuchado secreto le gritaba "¡asesino culiao reconshatumare!" mientras fallecía, estoico, bajo un chorro gigantesco de leche-agua guanaquera. Y dale con llorar y moquear, y rascarse y colombiana, y fauno. |