Detenido en tiempos y formas, oblicuo, esfumado en peticiones, abierto en túneles de olvido, bajo las llamas de infinitos pechos, acunado en cóncavas palabras, girando en la finitud de las instancias. Ensimismado, diabólico, latiendo estrepitoso en un correr de almas, ejecutor, victimario, sangrante, imaginario, preso de su misma superficie, ajeno, pendiendo del asilo universal, receptor, primogénito, exhalado por los Dioses. Inmortal, declina su terruño que atraviesa las gargantas, se afirma, trasciende, resucita entre las bocas, procreando ese camino de miradas que nos conjuga en habitantes. Paralizado, agonizando entre las manos, sumiso, altivo, como una inmensa bóveda de afilados pastizales cohabitando con las raíces de los bosques, troquelado de verdades, malherido, tendido junto a la hierba de los cielos, iluminado de intenciones, astuto, olvidado. Mi tiempo se entrelaza en esas latitudes de tus trazos, artífice de horizontes que riegas con los ríos, subasta de otros mundos, nutriente, majestad, límite de eternos sueños condenado al abandono de habitantes...
Ana Cecilia.
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