La noche era un tanto cálida sin llegar a ese extremo, donde el calor afecta el comportamiento, un tanto tarde en la noche si se pudiese decir. María Magdalena una mujer de unos 40 años, aún así tirito. Un estremecimiento un tanto brusco corrió por su delgado cuerpo.
Al llegar a su casa un tanto humilde, barrio de gente trabajadora, un vestigio de temor cruzó por todo su cuerpo aún así entró.
“Carlos, Carlos llegue amor” Maria Magdalena dijo al llegar a su hogar despojándose de su tapado de cuero.
Silencio en la casa, va a la cocina aún si lavar desde la mañana, platos sucios por doquier, una botella de vino abierta sobre la mesa de la misma.
Con su paso cansino se dirige al dormitorio, para sacarse su ropa y darse una ducha reparadora.
Al abrir la puerta del dormitorio encuentra a su esposo Carlos, un desempleado más, con una mujer de 20 años en su lecho matrimonial.
Corre, toma su saco de cuero, una mochila con unas pocas pertenencias, cierra la puerta y se retira de su casa con la cabeza pensando mil cosas diferentes y al mismo tiempo iguales.
María Magdalena, la de los pasos cansinos y su andar cadencioso arriba a la estación de tren, entra al mismo y se dirige a la boletería más cercana. Una lágrima parece nacer de esos ojos cansados y ojerosos que demuestra una persona cansada de la vida y su cotidianeidad.
“¿Si, a donde “ escucha decir, pero ella abstraída y perturbada por lo que tuvo que pasar luego de un día agotador, un día mas de su penosa vida, con un tono monocorde y más como para si atina a decir: “Lo más lejos posible”.
Es así que María Magdalena, la de los pasos cansinos y su andar cadencioso, vestida con su saco rojo y tapado de cuero, saca el boleto para la ciudad más cercana al infierno.
La estación a esa hora era un mundo de gente que iba y venía. María Magdalena con su porte humilde y manos ajadas de tanto trabajar de golpe se encuentra entre gente que de topetazo la vapuleaban mientras otros se desviaban ante su presencia. Ella abstraída en su pensamientos no se daba cuenta de lo que acontecía a su alrededor.
Es así que sentada, esperaba María Magdalena mirando al vacío abstraída en sus pensamientos esperando el arribo de ese tren que la llevaría a la mismísima puerta del infierno.
Como toda pertenencia, una humilde y gastada mochila, unas botas negras que no alcanzo a sacarse cuando quiso asearse en su casa.
Aún denotando esa palidez típica de ella, esos ojos ojerosos y hendidos manifestaba a una mujer elegante, aún a pesar del transcurso de sus años, y aún evidenciando su condición humilde María Magdalena mantenía su compostura.
El tiempo en su transcurrir lánguido manifestaba a su pesar el transcurrir de la vida en una estación de trenes. Niños con sus madres se sentaban a su lado, otros tomando un refresco miraban esa vía por el tren que se hacía esperar y desear.
Pasó el tiempo.
“¿Perdón, se puede? escucho Maria Magdalena la de los pasos cansinos y andar cadencioso. Sin ánimo de hablar con un movimiento de cadera cruza una pierna sobre la otra, mientras su pelo ondulado de color rojizo se mece al viento, y se corre de lugar sin mirar siquiera.
En su movimiento tan sutil como femenino, denota un movimiento sensual, que ella ni se percata pero el señor de mediana edad con pelo arreglado y porte de una persona que trabaja en oficinas si lo nota.
“¿A donde va? Dice él.
“A Santa María” contesta ella.
“Mire usted, yo voy justo alla”
“¿A si?”
“Me manda la empresa por un negocio allá”
“¿Y usted?”
María Magdalena la de los pasos cansinos y andar cadencioso lo mira y …… |