De modo que aquí lo he descubierto hoy, tendido boca abajo mirando las estrellas sobre su lecho de espinas y botellas quebradas que arañan su moral y ponen en juicio sus buenas costumbres; ciego de tantos fulminantes destellos y sucesivos choques de cometas. Permanecía quieto, aturdido, en situación crepuscular, tendido de espaldas y con los brazos extendidos como las alas de un cuervo muerto. Electrizado claro que sí, una suave corriente hacía las veces de su aura y lo recorría completamente desde su crispa a la punta de su cola entierrada.
Es mucha la falta de lluvia por estos lados.
Como una piedra bruta de lapizlásuli recuerdo que lo encontré abatido en medio de la luna, del valle, en el núcleo del desierto, sordo mientras proyectaba una y otra vez aquel telúrico universo sobre la pantalla en el techo de su cuarto. Acababa de ponerse el pijama, también cepilló sus dientes; una puntada ardiente aclamaría su úlcera antes del milagro. También debo hacer presente que una flecha con hilo de plata atravesaba su esternón. Se veía extraño, pero podría asegurar que permanecía vivo.
Uno tras otros los haces de luces sobre el cinerama le regalaron un mazo de imágenes imposibles de descifrar que lo hechizaron y lo fascinaron hasta el paroxismo.
Ya no tenía huesos, ni carne, ni pellejo, cuando el cielo sobre sus pasos se transformó para siempre en un infinito caleidoscopio, su universo lucía modificado, se veía raro, sin embargo era él, estoy seguro que era él.
Perdón pero insisto que es mucha la falta de lluvia por estos lados.
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