La tarde se ha tornado gris. En el firmamento pesadas nubes se aglomeran amenazadoras. Es el preludio de una tormenta. Será una tarde interminable… como esta agonía de ver pasar la vida. Las primeras gotas de lluvia empiezan a caer. Todo oscurecerá.

Estoy de pie frente al ventanal, mi mente divaga entre los recuerdos que al igual que esta lluvia que se avecina anuncia mi propia tormenta.

El agua se desliza por los cristales en una carrera incontrolada hacia la nada, en busca de algo que le detenga para no ir a parar a la cloaca común en donde se sumerge la humanidad.

La gente empieza a correr de una lado hacia otro, asemejan pequeñas marionetas manejadas a su antojo por el teatro de la vida. Cada uno representando un personaje en esta tragicomedia de nunca acabar.

Es la hora en la que el día duda entre irse y quedarse, igual que mis pensamientos, lo mismo que esta agonía del querer ser y no ser, lo mismo que esta lluvia que se escurre en el cristal… del otro lado de mi ventana.

Empezó la tormenta. Los relámpagos se vislumbran acompañados de sonidos infernales. Las marionetas buscan aterrorizados la protección que nunca llega, pero que se espera como un milagro que te permita escapar.

En el cristal de mi ventana se dibuja una silueta que se acerca sigilosamente. Sus pasos aceleran los latidos de mi corazón. ¡Quién fuese tormenta para escaparse en aguaceros!

Mi cuerpo escapa. Mi mente vuela, y se convierte en lluvia, relámpagos, truenos...