Tan derepente el mundo se le volvió frío.

Esa nidito de amor se transformó en una cueva de hielo. En un espacio impersonal que ya no tenía sueños compartidos, sino recuerdos de noches de un amor que ya no era.

Sentía sus labios fríos en la nuca, las manos heladas recorriéndole la espalda pero no lo entendía, no lo descifraba. Cada vez que la tocaba sentía un rechazo casi instantáneo. Claro, no podía hacérselo saber a él. Actuaban mecánicamente, sólo porque se conocían y entendían tanto...


Pero... ¿Qué pasa, qué se siente cuando uno deja de amar? ¿Cómo se da cuenta?
Ella todavía no lo entendía y creía que esa cosquilla en las entrañas cuando él le daba un beso apasionado era amor.

La costumbre, los años juntos, la vida en común... los sacrificios, los sueños... todo eso la hizo olvidar cómo se siente el amor...

Sentía sus ojos deborándola con la mirada. Se sentía extraña, sola, lejana. No eran esos ojos de los que ella se había enamorado, él no era el mismo. Y tan diferente era que ya no lo reconocía. El mismo envase, pero distinta esencia.

No se ama un cuerpo, se ama un alma, y... cuando ese alma se ha ído, ¿Qué queda para amar? El amor también se fugó.