Crece el silencio más de lo común, como si se alargara a través de un hilo interminable sostenido por débiles puntas que amenazan con reventar, pero no lo hacen, son firmes, consistentes, parecen estar hechas con fibras de acero.
Yo miro con cautela el rostro apagado, y le hago burlas, voy buscando su respuesta agresiva ante mis ofensas, pero queda inmóvil, sin advertir mi desfachatez. Procuro mirarlo a los ojos, dejo los míos bien fijos en los de él, retándolo a un desafio, pero no obtengo nada, solo el silencio que continua meciéndose en las fibras de acero convertidas en hilos invisibles. Vuelvo hacer el intento. Esta vez con mayor fuerza, me río a carcajadas de sus arrugas secas, que están curtiendo los años de su cara, me burlo de la calvicie que asoma triunfante anunciando la caravana de tanto tiempo acumulado. Hago gestos obscenos de sus partes privadas ya inservibles y gastadas. Trato de hablarle fuerte para escuchar el eco de su voz apagada... pero nada escucho. Me acerco más, siento su débil respiración cortante, como un jadeo... me aproximo hasta topar mi nariz con la de él y mis labios rozando los suyos... la respiración se acorta más... llega a ser profunda. Pero solo logro empañar con mi aliento ácido mi propio rostro en el espejo.
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