El blues es un gran pulpo,
ocho brazos enrollados en mi cuello.
Siento su presión. Su éxtasis, la cercanía a la muerte.
Y me pongo morado
y el mundo es morado.
La ciudad es un gran pulpo.
Creo que exagero. Es un gran erizo.
Hay un pulpo en mi cabeza y un erizo en mi corazón.
Yo, a veces, también soy una ciudad
y, casi siempre, un erizo.
Sin blues
o con pulpos,
lastimo a los que me acarician.
Les dejo mis calles o púas en la línea de la vida.
Sangran, la mayoría de veces,
pero generalmente me tocan manos masoquistas,
manos de payasos.
Existen payasos que no hacen reír.
Eso todos lo saben.
Todos lo viven.
Payasos azules de ocho extremidades.
Arlequines pegajosos, apasionados.
Un perriot en la laguna.
Esos son los peores,
viven dentro de cada uno
y solo uno se da cuenta de ello
cuando los demás (conjunto de unos) se ríen.
Se encuentran monos en el abdomen,
vicios en el alma.
¿Se imagina usted, respetabilísimo/a señor/señora, que exista una droga
que nos estrangule como pulpo
y nos dañe como ciudad?
Las pocas que conocemos terminan en las tripas
de ese famoso mono
y van desde dioses hasta hierbas pasando por las letras.
Arácnidas de seis peludas patas.
No son tan buenas como los pulpos
pero su veneno es más adictivo.
En un microscopio no son más que mentiras.
Todos hemos necesitado mentiras para vivir.
Las hemos ingerido en grageas de un frasco
o exprimido de una botella
o fumado a escondidas en grandes campos amarillos
o, al menos, besado y violado en la alfombra de una solitaria e indefensa casa.
Todos.
Si es la excepción, no dude en llamarme.
Tengo un extraordinario repertorio de mentiras ácaras
las cuales le harán perder la cabeza y ganar un reluciente “ego”
encerado, alfombrado y muy a la moda.
¿Ha leído a Carlos Cuauhtémoc?
¿Coelho?
Su fino paladar podrá elegir.
Yo me he robado su queso, señor.
Lo he masticado, tragado, procesado y excrementado parado de cabeza
¿O prefiere las caseras, las independientes?
Generalmente las escribo para transportarlas fácilmente.
Son mentiras de buena calidad,
no han sido sintetizadas.
Sembradas, regadas y cosechadas por su servidor.
No es una oferta, es un favor.
¿Conoce mi dirección?
El erizo no es muy grande,
la ciudad tampoco.
¿Ha estado alguna vez en el limbo?
Es como un valle de ilusiones.
La capital nostálgica del Perú,
y si no sería mucho atrevimiento, del mundo.
En su hogar,
su hijo ya debe haber ido un par de veces.
Las razones son varias.
Quizás su ansiedad por las mentiras lo ponga irritable.
Si me llama se lo mostraré.
Si me compra le daré refugio en mi cubil.
Podrá ver los más extraordinarios pulpos, erizos, arañas, payasos, ornitorrincos
y las más excitante mujeres, varones y un espejo gigante
donde verá sus sueños
sazonados con una buena carga de ambición.
No querrá regresar, se lo aseguro.
Pero enriéndalo,
es una mentira.
Vea la realidad:
Kurt Cobain se vendió y los sex pistols se hicieron moda.
Nosotros tenemos precio, señor, pero nadie nos compra.
Nos empolvaremos en la gran vitrina del mundo.
Por eso me dedico a esto,
por eso hago falacias
y por eso usted me comprará unas cuantas
o al menos las leerá y me dirá
”Muy bien, pero no vayas corriendo a la imprenta”
o, el clásico, “No tienes nada mejor que hacer”.
Pero cuando se este mintiendo
succionando una botella
recordará que su mentira no es mejor que la mía.
Bueno, talvez sí, pero la mía no deja resaca.
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