Aquella isla era diferente a todas las demás, los animales que allí habitaban lo sabían.
Debajo de sus aguas templadas corales brillaban con colores cálidos, y sus huéspedes, los pequeños delfines salmón, se acurrucaban y se dejaban llevar a modo de medusas por las corrientes subterráneas de la isla.
Muy profundo, bajo las corrientes, estaba el gran secreto de que aquella isla flotara, la roca sagrada. Una gran roca cubierta de algas que albergaba a peces que podían soportar los vapores sulfúricos y ardientes que se emanaban a su alrededor. También los animales de la isla conocían la historia de la piedra. Una antigua raza de Dioses decidió crear el quilibrio enaquellas tierras y resolvió que el centro de aquella isla en forma de anilla de sería la Roca. Cuando el equilibrio comenzara a resquebrajarse en la isla, la roca lo haría también.
En la superficie de la isla, donde había reinado siempre la paz y la calma comenzaban a haber tensiones entre dos clanes que habían sido hermanos. Los Valád y los Emir. Ni la magia que los unía les había podido llevar a un acuerdo sobre qué hacer con las tierras de la isla. Una pequeña región estaba siendo azotada por una epidemia que afectaba directamente a la sabia de la familia principal de plantas de las que se alimentaban ambos clanes. Sin las plantas, estaban seguros de su muerte.
Casualmente, un día un niño encontró un viejo pez profundo que había muerto y había flotado desde la roca sagrada de las profundidades, hasta la superficie costanera de las playas de los clanes. Las bonitas escamas que enamoraron al pequeño, hicieron que el niño Emir decidiera enterrarlo bajo los arbustos de cultivo moribundos de su padre, y al día siguiente, observaron que se habían recuperado milagrosamente.
La conclusión a la que habían llegado los dos clanes, que habían pasado varios años separados buscando soluciones, era bajar hasta las profundidades y recoger todas las substancias profundas que encontraran y que pudieran salvar los arbustos.
Sin embargo, el viaje era muy peligroso para uno de los clanes, los Emir.
Los Emir estaban unidos a las tierras de la isla. Cada contacto con su luz y su aire los hacía vivir. El viaje hasta las profundidades sería lento, y se alejarían de sus clanes y familias y su árboles amados, con los que por las noches hablaban sobre la historia de la isla. Los Valád en cambio era una raza de aventureros y aventureras. Los que formaban el clán se desplazaban cada año para poder descubrir tierras cercanas, y habían desarrollado gracias a ello un buen comercio con otros clanes Valád, sin embargo no tenían contacto aguno con los animales. Los Emir habían domesticado a los Hurayots, animales poderosos con orejas de lince y colores florales. Animales nostálgicos como ellos, de clan, de servicio y compañía. Por su naturaleza podían andar días y bucear durante varias horas. Por ello, necesitaban a los Emir para bajar a la roca Sagrada, un Hurayot jamás se dejaría domar por un Valád.
Desde las montañas Ponsa, comenzó el viaje para el príncipe Emir y la princesa Valád. Ellos fueron los elegidos para aquel viaje, que se decidió entre regañadientes, ante la presión que suponía haber tenido que ayunar durante más de tres días por la pérdida de media hectárea de vegetales. Aunque jóvenes, ambos tenían la esencia de su clan que irrigaba sus venas. Los príncipes habían estado aislados en sus campos de meditación, así se formaban sin contaminar su pureza y aprendían del mundo que les rodeaba.
Para el príncipe fue dificil avanzar porque a medida que se alejaba, una profunda pena se adueñaba de su corazón, aunque la princesa le ofrecía comida, a veces no tenía apetito y se debilitaba poco a poco. Los Hurayots no consentían el avance de la expedición sin que su amo estuviera fuerte y recuperado, dada la unión que tenían.
Al bajar las montañas se podía contemplar el centro de la isla como un gran lago, el océano crecía allí con furia y a la princesa se le iluminaban los ojos y su corazón se llenaba de optimismo, ¡aquella aventura era extraordinaria!, cuando miraba al príncipe veía su rostro pálido, sentía indignación por aquel que tenía que traer a su clan la renovación vegetal y la salvación.
Al quinto día de camino, cuando había anochecido, el príncipe se arrodilló por la noche ante un pequeño árbol y murmuró algunas palabras que despertaron a la princesa. Él le invitó a meditar con el árbol, la princesa no comprendía cómo aquello era posible, sin embargo con mucha calma, el principe cogió sus manos y las colocó suavemente en la corteza del árbol. Cuando la joven cerró los ojos y dejó su mente en blanco comenzó a escuchar voces suaves y graves que reían, y comprendió la sabiduría de los árboles, la riqueza de la isla, e incluso se pudo comunicar con su familia, algo que le hizo llorar de emoción.
Al séptimo día, cuando ya habían atrevasado gran parte de la falda de la montaña y se habían adentrado en los valles, el príncipe se desmayó derrotado por la melancolía. La princesa, que tras las largas conversaciones durante al viaje había advertido el sensible corazón del Emir, lo bajó con suavidad del Hurayot y lo tumbó en el suelo. Al despertar quiso contarle todo lo que podrían conseguir al acabar la expedición, todo lo que aún les faltaba por ver y observar y lo marivollos que era pisar nuevas tierras. Entonces el príncipe comprendió el sentido de aventurarse para progresar.
A la semana llegaron a las costas. Dejaron que los Hurayots cazaran y se alimentaran durante todo un día. El príncipe aseguró que volverían para encontrarse con ellos, pues así lo había pactado con los animales. Y así fue como al día siguiente se zambullieron en la cálidas aguas. Los hurayots inflaron una grann brubuja de oxígeno a través de una membrana en la parte del stop del hocico. La princesa y el prínicpe aprovechaban el mismo oxígenero para respirar, a través de una pequeña vávula.
A medida que nadaban el agua se hacía cada vez más caliente, ambios sabían que estaban llegando a la roca. Todo estaba oscuro y lo único que se iluminaban eran las luces de los peces profundos y sus larbas. De pronto, un torrente abrasador se cirnió sobre los dos jóvenes, los empujó y separó brutalmente de los Hurayots y los dejó sin consciencia.
cuando abrieron los ojos se vieron cogidos de la mano, encima de la roca, y se preguntaron qué hacían allí y dónde estaba sus animales. Alrededor, cortinas de agua burbujeante se levantaban. La princesa acercó su mano, y el príncipe la golpeó. Estaban encima de la roca sagrada y estaban rodeados de las corrientes de agua y sulfuro ardiente, si ella hubiera llegado a tocar el agua se habría abrasado.
Permanecieron en silencio, sorprendidos y anonadados, sin soltarse la mano, pues parecía que en aquel lugar comprendían que sólo se tenían el uno al otro.
Al cabo de unos minutos sus caras comenzaron a reflejar una luz extraña. De entre las rocas, salieron luces mágicas que les rodearon y hablaron. Eran sus dioses, que les mostraron las fisuras y las grietas en la roca sagrada. "Ésto es lo que provoca la destrucción de vuestras cosechas" les advirtieron los espíritus enojados. "Habéis nacido para ser un clan unido a pesar de las diferencias, y os habéis separado durante años estando incomunicados unos con otros".
El príncipe y la princesa observaron sus manos entrelazadas y comprendieron entonces el resultado de la expedición, para salvar su tierra, para salvar sus clanes, era el hecho de que debían estar unidos. Cuando lograron pensar eso, es calor se disipó, los Dioses desaparecieron, la oscuridad volvió y de pronto una especie de sueño consiguió dormirlos.
Al despertar estaba en casa de nuevo. Habían pasado un día insconscientes, un volcán subterráneo cercano a la roca había explotado, y ellos habían sido arrastrados hasta la superficie, donde les recogió un grupo de exploradores Valád.
Los Hurayots habían conseguido llegar a casa sanos y salvos, como excelentes animales que eran.
Cuando los príncipes explicaron sus extraños sueños, ambos clanes comprendieron que aquel día su cuerpo y su alma habían estado separados por un instante bajo el ala de los Dioses, y habían alacanzado su sabiduría.
Así pues, el príncipe y la princesa se declararon reyes, y la unión de los clanes bajo la bendición de los Dioses trajo de nuevo el verde y la salud a sus plantas y completó aún más su vínculos con aquella tierra extraña, porque parecían que aún sabiendo que aquel lugar era diferente, habían ignorado su verdadero origen y funcionamiento. La unión que formaba el equilibrio.
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