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A través de la ventana fría y húmeda se lograba ver la plaza del frente, las figuras trashumantes, la mañana pálida con olor a madera mojada, a pasto quemado, olor invernal. El niño miraba con los ojos muy abiertos, la nariz pegada al vidrio, su respiración formaba círculos de vapor. Su mamá apareció en la esquina, con ea parka rosada y dos bolsas negras. Las botas se hundían en el barro. La lluvia no amainaba. El niño la miraba con sus ojos estrábicos, balbuceó “mamá” con una voz gutural y corrió hacia la puerta. No le importó empaparse instantáneamente apenas salió. Estaba a pata pelada y con pijama, y el agua y el viento parecían querer botarlo. Las personas que caminaban en dirección contraria lo miraban con pena y desviaban la mirada. Mami, mami, gritaba con su voz de retardado mientras abrazaba la pierna de su madre. Mami, está lloviendo, a mí me gusta el aguita rica. Tenía el barro hasta las rodillas. Mami, gracias por traerme una lluvia... a mí me gusta, mami, escúchame, a mí me gusta el aguita de la lluvia...

Ella era madre soltera, él era deficiente mental. Ella lo bañaba y le daba de comer. Él la abrazaba. Ella dormía, él la miraba. Él dormía, ella lloraba. Ella lo quería, él no podía vivir sin ella.

Y vivían en la casa de la abuelita. La abuelita se fue al cielo con el tatita Dios, así que les dejó la casa para que la cuidaran, por si algún día volvía. Y recibían la caridad de los familiares y amigos más cercanos, como la tía Pochi, el tío Lolo, la tía Cota, el curita Fernández, la tía de la esquina y de un montón de personas lindas que sonreían harto y mostraban muchos dientes blancos. El niño tenía muchos amiguitos en la población; estaba el Pipe, el Jaimito, la Dany, el niño que le hacía muchas preguntas difíciles y el que era malo porque siempre le pegaba pero después venía con su mamá y se disculpaba.

Al niño le daba mucho miedo dormir solo, así que todas las noches, crujían los pasitos en el piso de madera del pasillo. La luz amarilla de los postes iluminaba el camino hasta las sábanas y el pecho de su madre. Todo estaba impregnado con su olor cálido, a leche, a comida, a perfume diluido, a desodorante en barra. Las manitos buscaban ávidamente el cuello y se aferraban a él. La cama guardaba todo su calor de mujer. Y ella lo estaba esperando, lo abrazaba, le besaba su frente. En una semana es tu cumpleaños, vas a cumplir cinco añitos. Quiero un cumpleaños, decía él sin entender mucho. Van a venir todos tus amiguitos de la cuadra, a comer torta y jugar todo el día, le decía mientras la cabecita de él se instalaba en su pecho. Y tienes que pedirme algo, un regalo para que te lo dé ese día. Quiero un regalo ahora, le decía mientras entrelazaba sus piernas con las de ella. No, tienes que esperar, pídeme cualquier cosa pero sólo te la voy a dar en tu cumpleaños. Ella pudo notar como su hijo se ponía tenso bajo las sábanas, pegado a su cuerpo. Quiero nieve, mami, quiero ver la nieve, tráeme mami, decía bajito, tráeme la nieve, quiero comer nieve, quiero jugar como en la tele, eso quiero no más...
La mamá no dijo nada Lo abrazó más fuerte y alejó su cara de la de su hijo, para que él no sintiera las lágrimas calientes que dejaban manchas saladas en la almohada. Está bien, mi niñito, la mami te va a traer nieve.

Y es que la semana anterior el tío Lolo le había regalado una tele, algo nunca antes visto por el niño. Era una ventana dentro de una caja, y podían ver muchas cosas que el tío decía que venían de otros lugares del mundo. El tío Lolo siempre les hacía regalos y no tomaba la micro porque tenía un auto para él solo. Y le daba helados al niño y flores y collares a la mamá. Y ella se reía y se ponía colorada, como si tuviera calor, y decía que no los quería pero siempre los recibía.

(Y las manos del tío Lolo rodean a la mamá. Ella se revuelve incómoda. No te preocupes, está mirando la tele, vamos a tu pieza. ¿Pero y si se da cuenta?, decía ella mordiéndose el labio, tratando de zafarse de su abrazo. Vamos, le dijo él, no va a entender...)

Eran las calles de Nueva York. Pero él no lo sabía. Era invierno, y nevaba. Pero él no lo sabía. “... La temperatura alcanza niveles muy bajos...”. Eran pequeñas perlas suaves y esponjosas que llegaban desde el cielo. El niño tenía los ojos secos, no los quería cerrar temiendo que la imagen desaparecería como una ilusión efímera. “... Las gotas de lluvia se congelan en la atmósfera, en su camino a la tierra...”. Una gota de saliva brotó de su boca semiabierta, mientras apretaba las piernas para aguantarse las ganas de hacer pipí. Y desde la habitación del fondo se escuchaban unos quejidos de la mamá. El tío Lolo de nuevo fue a la cama con ella, se estaban perdiendo el hermoso espectáculo del que sólo él era espectador. Tal vez el tío Lolo también tenía miedo de dormir solo. “... Y es así como se forma la nieve...”


“La mami te va a traer nieve”
El niño se sintió satisfecho con las palabras de su mamá.

Texto agregado el 29-05-2005, y leído por 1194 visitantes. (0 votos)


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