Languidecía el sol en su esponjosa cama de nubes cuando un pensamiento histérico comenzó a tomar cuerpo en mi mente. Sin embargo, tenía a mi favor la experiencia, no agradable por cierto, de hacerlos desaparecer. Así que de repente, ya no tenía ningún problema. Y eso, precisamente, era un gran problema. Entonces, comencé a recordar.
¿Quién quiere vivir su vida rodeado de un mar de vanalidades? ¿Quién no ha deseado ir más allá de su propio límite? ¡Por Dios, todo el mundo! Pero ya era demasiado tarde para filosofías existencialistas, hacía muchísimo que había dejado de plantearme asuntos del estilo; me suponían un gran esfuerzo moral.
¿Quién quiere vivir su vida rodeado de un mar de incertidumbres? ¿Quién no ha deseado vivir su vida en paz?
Pero la vida trivial y superficial no era válida, no para gente como yo. Y ya llevaba demasiado tiempo metida en ella, lo suficiente como para desesperarme enormemente, aún cuando fuera capaz de hacer desaparecer dicha desesperación en cuestión de segundos.
Entonces me pregunté: ¿Por qué he de posicionarme? ¿A qué viene tanto interés del humano por autoadjudicarse una etiqueta? ¿Trascendental? ¿Trivial?
Decidí por tanto que ni una, ni la otra, y recurrí a esa situación presuntamente ideal: el medio. No me fué mal durante un tiempo. Sin embargo, empecé a pensar. ¡Maldito sea el pensar!
Languidecía el sol en su esponjosa cama de nubes cuando, por primera vez, no pude refrenar ese pensamiento histérico y entonces, decidí que no quería seguir viviendo. |