pequeñísimo apunte cotidiano


Lux. Ese fue el nombre que traía encima aún mucho antes de llegar a ser algo más que una idea, un deseo infantil de mi hija Ailén. Y el nombre le cuadra bien, es luminosa y tiene chispa.
Y esta es Lux, porque la otra es Nyx.
Nyx, según un libro de mi papá quiere decir noche. Y es que era toda negra cuando la encontramos hace casi diez años en el medio de un pozo en el club hípico. A ella y a otros cuatro que se amontonaban y se pisaban tratando de esconderse, hasta que se dieron cuenta que nuestras zapatillas tenían unos gusanos largos y blancos que se veían divertidos. Volvimos con los cordones deshilachados y con una hembrita rechoncha y oscura. Oscura como la noche. Y Nyx fue el nombre, “porque tiene que ser corto, firme y fácil de pronunciar”. Eso aseguraba mi viejo, el experto.
A Lux en cambio la sabíamos blanca con pintas oscuras desde que ella vio por primera vez la película. Temblaba de miedo con las carcajadas feroces de la que se quería hacer un tapado de piel. Pero se iluminaba al final mientras aparecían uno a uno los noventa y nueve cachorros intactos. Y desde entonces empezó la letanía: “dale má, yo quiero una; dale pá, si el patio es grande; dale abu, si Nyx seguro no se enoja; dale tío, si yo ya soy grande y la puedo cuidar; dale…” La retahíla de excusas no la detenía jamás y siempre encontraba argumentos para defender su esperanza.
Veníamos aguantando estoicamente hasta este fin de semana. Después de armar el arbolito de Navidad Ailén dijo que quería escribirle la carta a Papá Noel. Bueno dijimos con el padre. Se sentó en la mesa de la cocina con su lápiz verde y su papel celeste y puso una letra mayúscula a continuación de la otra (tiene seis años y los espacios no existen todavía):
QUERIDOPAPÁNOEL:ESTEAÑOMIHERMANOYYONOSPORTAMOSMUYBIEN. ENTONCESAILÉNQUIEREUNADÁLMATA YLIHUELUNCAMIÓNDEBOMBEROS.GRACIAS.
Abajo le dibujó un pino flaco y chueco, un Papá Noel con un cinturón y unas botas gigantes, y unos cuantos paquetes de regalo. Me pidió una cinta, le hicimos un agujerito y la colgamos del árbol.
Con Silvio nos miramos y pensamos casi casi en voz alta: “nos cagó las excusas”. ¿Y ahora como le destrozamos el corazón negándole el superpoder de Papá Noel? Buscamos el diario y revisamos los clasificados. Aparecía justo justo un aviso. Hmmmm, sospechamos los dos, pero enseguida lo descartamos. Ailén se da maña para leer carteles y cuentos cortos pero todavía no tiene idea de manejar el diario. Aparte estuvo cerrado todo el día casi, ¿no?
Silvio llamó por teléfono y concretó la cita para el martes. Unas cuantas llamadas telefónicas más y llegamos a la conclusión: Papá Noel tiene que adelantarse. Yo hice a escondidas en la máquina de escribir de mi viejo una carta con tinta roja que firmé con un elegante trazo y dos iniciales: P.N. Reemplacé subrepticiamente la carta de pedido de Ailén por una de respuesta. Alguien tocó el timbre de casa tres veces y cuando fuimos con los chicos a atender nos “encontramos” una cajita con Lux muy dormida adentro. Del padre ni rastros, huyó para aparecer con cara de “¿qué está pasando acá?” media hora más tarde.
Tuve que leerle la carta de P.N. tres veces a mi hija, y con cada palabra se le iban encendiendo luces de colores como si ella misma se hubiera transformado en un pino navideño. Cuando llegó la abuela le salía la historia a borbotones. Llamó por teléfono a su tío para contarle la novedad y por supuesto pidió dormir con ella en su cama. Nones, fue la respuesta. Y durante casi toda la madrugada me tuve que levantar yo a mimarla para que los vecinos no nos odien.
Y acá estoy ahora, con el patio hecho un caos, con Nyx acorralada en su madurez sin paciencia por una enana irreverente, con mi hijo Lihuel preguntando por qué Papá Noel todavía no le trajo su camión y con Ailén cantándole el arrorró a Lux para que se duerma la siesta.

¿Quién dijo que los chicos no tienen estrategias secretas para lograr sus deseos?