Y así nos fuimos desnudando lentamente en el correr de las palabras, como un atardecer que se deshace entre los dedos, maduro de deseos, palpitante. En esa tibieza de las letras apareadas por los labios, intensas, construyendo el sismo de lo que vendría luego. Recostada entre tu piel muero en pequeños intervalos de placer, en una oscura lágrima solitaria que estalla con las vísceras, ascendiendo en los espasmos que te acercan, rugoso, oblicuo, paralelo. Así despiertas, humedecido como un leño desbordado en savias, hurgando los senderos de las bocas, hasta sofocar mis pechos que surcan la jungla de tus vellos. La noche abre sus entrañas en el declive de mi vientre, mientras te hundes desafiando la gravedad del mundo. Ahora soy tuya ahogada en el tenor de la distancia, como una lluvia mansa oscilando entre dedos y caricias en las grutas que te habitan para poblarte de gemidos. Amor, el tiempo nos envuelve entre las venas, en el deshielo de tus labios latiendo bajo el paradero de estas lenguas, remontando el cauce que trasciende entre los dos, apabullados, temblorosos, inmortales. No estoy sin ti, sin el verbo de tu imagen que intercepta esta tortura de tenerte y no... Ana Cecilia.
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