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(un mail de respuesta a todo lo que no se preguntó)

Hay tanto. Tanto en eso. Yo con esas películas quedé completamente al revés, o completamente igual a ti. Especialmente con la última. Con pampa. Con pampa. Con cosas. Yo no te puedo decir nada. No te puedo decir que tengo razón ni que estoy más rallado que una cabra. Porque tú sabes mejor lo que son las cosas, o no sé, las entiendes de esa forma que sabes, sabes. Y no voy a tratar de convencerte de nada o de decirte algo para condicionarte o explayar la misma idea. Porque ya sabes todo. Con eso de encerrarte y morir y andar naciendo y muriendo, y qué se yo. Nada. No sé nada. Ando sintiendo cosas como un loco no más, o tirando huevos por la ventana de mi pieza a lejanas horas de la noche. O soñándome situaciones que en realidad nunca pasan, ni pasarán tampoco. Y tienes demasiada razón en eso de que sobrevaloramos todo, y quisiera pensar que no tienes razón y de que la verdad sobre eso es tan misteriosa como las otras verdades, y que lo que sabemos, o lo que creemos saber de ello, es algo tan confuso que nunca podremos decir lo obvio, que sobrevaloramos, y que vamos más allá de lo que recordamos. Como bola de lana. Admitir. Admitir. Admitir. Esto es admitir. Todo el día se anda admitiendo. Pero no sé. No me.
Y yo andaba pensando no sé qué cosa y de repente todo se me iluminaba. Y yo me sentía feliz por esa iluminación repentina y me ponía a ensoñar cosas que no pasarían, como siempre hago, y hasta hablaba con los vidrios de la felicidad. Pero después, porque siempre viene el después, me olvidaba de todo y se volvía a empezar de cero. De la mismísima primera matriz que no lleva a ningún lado. Y luego, para ser consecuente, no podía decir nada más aparte de que la vida no tiene sentido. Y no puedo dejar de creerlo. Y no puedo dejar de creerlo. Y casi te escucho diciendo que no es así, pero no alcanzo a entender las partes claves, o me pierdo en la mitad pensando en Aldebarán o quizás en cuanta tontera.
El nudo. El nudo es eterno, Natalia. A veces se matiza con cosas absurdas, no sé, chistes salidos de toda la invisibilidad, pero sigue estando ahí. Porque es la gracia de los nudos. Seguir siendo nudos infinitamente. Y sé que con esto no te digo nada. Lo sé. Pero lo sigo escribiendo, porque soy como burro de terco. Y soy más terco de lo que crees. Más, más, aún más. Y sé. Además, no sabría que hacer si empezara a hacer otras cosas. Si comenzara de repente a bailar fox-trot o a dedicarme a cantor en las micros. No sabría que hacer y dejaría de entender mis juegos de aire que son todos imaginarios. No sabría que hacer y tendría que tirarme de cabeza a la búsqueda de los conejos en las ciudades, o las personas que sepan hablar finlandés sin acento.
Y me quedé con tu cole del jueves. El cole negro. Se me quedó prisionero en la muñeca izquierda y se me fusionó no sé cómo. Y en la noche, cuando me di cuenta, me dio un algo que era como risa o desvarío y después me soñé con el cole negro que el cole negro participaba en mi niñez y se convertía en cosas y emociones de cuando chico.
Y no sé si es por la época o por ti, que miras con ojos pervertidos y con rostro de agua, algo así. No debe ser nada. No debe serlo. Tengo que convencerme a veces, pero no siempre resulta. Porque. Porque ni yo tengo la capacidad, ves. Entonces no me queda otra más que irme caminando y chupándome la vida entera por el frío o a través de las cosas que no digo y que después se me agrandan en un lugar perdido del tórax. Todas las cosas que no digo y que me penan y son como cargas automáticas o balines de fierro de un peso inimaginable. Como los dibujos. Porque me minimizo hasta convertirme en un punto invisible.
Y ahora, mientras escribo, miro el cole ese tuyo, y es como una insignia o un símbolo, y me lo quitarás la próxima vez que nos veamos, que quizás sea el lunes o en un tiempo indeterminado, o jamás, nunca se sabe. No digo que no pudiera avanzar como soldado se mueve en las trincheras, pero me pierdo, como los chilenos en la nieve, en Antuco.
Me pierdo por todo. No sé llegar a Hicar o a una idea chica que se diga así de lleno. Porque me quedo esperando que el otro dé pie a decir lo que tenga que decir, porque con el tiempo uno se curte, y se vuelve callado, o se vuelve seguro de que lo que dice es lo que quiere decir, y no lo que de verdad quería decir, que es lo incorrecto, que es lo que te hace sentirte hormiga o cosas que se ponen dolorosas como braseros.
Hay que ignorar todo eso y concentrarse en lo otro. En todo lo que no existe y no existirá jamás, que se aparece como sueño propio o pedazo de pasado que se repite hasta siempre. Como la idea del eterno retorno de Nietzsche. Pero no.
Pero tú tienes la culpa. Yo no. Y tú tienes terriblemente la culpa y no sé si sepas, y no sé si yo mismo lo sabía. Pero también. Llega a ser circular, o autorreferente, llega a ser, como tanque que explota porque sí. Con llamas y fuegos artificiales o estufas mutantes con todo menos calor que dar. Pero eso no importa.
Es tarde. Se pone a chispear como que no quiere la cosa. Demás que llueve y se inunda el mundo. Y yo soy directo. Porque quiero ser directo. Y hace tiempo que ensayo con todo lo que hago. Y ensayo para hacerlo directo, para que un paso sea un paso y no un salto a la nada o al vacío. Un adelantamiento de lo consecuente, pienso, no sé, un paso en seguro o en certeza, o un lazarillo directo a la invisibilidad o la neblina al frente de la córnea, tapando la visual y encegueciendo todo lo que se tenía de claro. Y es que ando loco, te conté.
Y estudiar no sirve de nada. ¿De qué va a servir? Aparte de creerse el cuento no sirve de nada. Saber no sirve. Ser no sirve. Hay que dedicarse a vivir, aunque sea a puros palos imaginarios o con pequeños universos en el bolsillo. Aunque sea debajo de un paradero sin techo y con un paragua rosado, como el que uso yo. Y no importa que no tenga sentido y que nada de lo que hagamos termine en lo que queríamos, total, mañana es mañana y ayer es ayer, y los círculos son iguales y yo un desencantado con todo esto asumido. Asumido a la fuerza, que se le va a hacer. Y sigo ahí. Husmeando una que otra cosa que es nueva, o sea, que no existe. Mirando a ver si en una de esas pasa algo que desentone con el medio y se fusione como manta raya en el mar.
Yo no puedo tocar a las personas. Y mira tú, será eso un problema, no sé, pero no puedo tocar a las personas. O sea, las saludo, puedo tocar el pelo durante treinta segundos, pero el resto del tiempo me voy y definitivamente. Pero eso me pasa con humanos no más. O si no es cosa de ver a mi perro, o al tuyo, que es sumamente egocéntrico y altanero, un tipo con personalidad desbordante y ojos de águila. No puedo. Es algo que simplemente hace que se me corte la vista y piense en lo que el otro piensa, y me transformo en bicho, como en la Metamorfosis, y no deja de ser interesante el asunto. Y no sé si me has descubierto intentando tocar durante más tiempo, sin lograr casi nunca, ni con esfuerzo, o lléndome a tu cara por ejemplo y terminar golpeándote con humor de mi mismo y de mi incapacidad para hacer las cosas normales. Y hasta cuando abrazo a mi madre trato de durar más tiempo y no resulta y me voy y me voy y me voy, porque siempre, es la necesidad.
Pero no con los perros.
Debe ser el tiempo.
Y es al revés en mis sueños. El otro día soñé con una puta de rizos colorines. Y la puta se la estaba gozando un tipo viejo, barbón y rudo, y yo estaba sentado al frente de ella y le acariciaba la cara, y la puta me miraba con ternura casi. Y yo le recorría el rostro con la mano, haciendo círculos con el índice sobre su frente, y sólo pensaba en los círculos y en acariciarle el rostro. Y desperté con una sensación extraña en el estómago, que era como llave cerrada o amor, no sé, pero anduve todo el día pensando en eso.
Porque sueño miles de cosas, pero siempre un hilo que se sabe. O yo lo sé. O creo saberlo. Es difícil decirlo, es como el cole negro, como la puta colorina, como la lluvia y mi paraguas rosado, o como pensar garabatos nuevos o insolencias en inglés, o tirar huevos desde mi ventana, o escuchar a Chopin mientras huelo el frío eterno de las noches que nunca se terminan. Y ahora mismo tengo la misma sensación de cuando le acariciaba el rostro a la puta en mi sueño, y se lo acariciaba eternamente y con ojos de gorrión, digo, o sin ojos, o con un manto de agua que se evapora de a poco, porque nadie sabe lo que es verdad o mentira, y yo menos que nadie.

Texto agregado el 27-05-2005, y leído por 631 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-06-2005 Qué buena tu manera de explicar el mundo interno. Desborda vida, un sutil grito. Un beso Diego! ulala
01-06-2005 Seguramente mas de un lector, si te lee, creera que ...se te rechifló el moño..jaja . Seguro que si pero el asunto es que rechiflado en la tristeza, en los círculos, en los sueños, en las verdades, mentiras y algunísimos etceteras innfinitos, yo te iba leyendo y me decía, como puede alguien decir cosas que justo ahora mismo quisiera decir y opss...parece que me digo lo que leo y ..¿me rechiflé?... Me encanta leerte Diego...eso.- piquitos con lunas y estrellas colorinas gaviotapatagonica
 
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