No creo en el infierno como lugar. Creo que cada uno lleva su infierno personal. Hecho a medida, como un traje perfecto
Mi infierno esta aquí y es tan fuerte que será capaz de trascender a la vida y a la muerte.
-¿Esta muerta?
-No, solo esta dormida, es un sueño largo y pesado.
Fueron las últimas palabras que escucha antes de despertar en la casa señorial. Esta casa inmensa de colores pálidos y ventanales que lo alumbran todo. Isobel despierta y no hay nadie. Pero seguro estarán las cocineras preparando la cena en la cocina. Habrá tantos invitados que Isobel comienza a pensar en lo que va a ponerse.
Abre el armario y no hay nada. Ella es la anfitriona, esto no puede ser posible, se pregunta ¿cómo es que las sirvientas permitieron que se quedara sin nada que ponerse en un día tan importante?, ahora si que la van a conocer.
Camina rumbo a la cocina, un hombre fornido se acerca a ella. Debe ser el mozo que cuida la puerta.
-¿Señora qué hace fuera de su habitación?
-Otra vez las muchachas me dejaron sin vestidos y hoy es la gran cena, los invitados no deben tardar en llegar y mire en que fachas estoy, esto es intolerable. ¿Alguien puede llamar a Cecilia o Paulina?
-No señora, sus vestidos están en su lugar, yo mismo los coloqué ahí hoy en la mañana, búsquelos bien que ahí deben de estar.
-Disculpe, ¿cuál es su nombre?
-Francisco señora, soy Francisco, ¿recuerda?
-Ah Francisco, vaya. Si, creo que lo habías mencionado antes. Entonces mis vestidos deben estar en los cajones, a veces soy tan distraída.
-Si señora, búsquelos, recuerde que a veces usted misma los cambia de lugar.
-Si Francisco, ya los busco.
Regresa a su habitación decidida a encontrar los escurridizos vestidos, no pueden estar extraviados por mucho tiempo porque la cena va a empezar pronto. Entonces se escucha un ruido ensordecedor, seguro son los muchachos del jardín, ya no se puede encontrar buena servidumbre en estos tiempos.
Se asoma furiosa por la habitación, se para justo junto a la ventana a observar de dónde proviene semejante alboroto, ahora si, Francisco la iba a oír.
Pero no es a Francisco a quien encuentra, sino una mujer de edad media con el cabello medio gris, de pie, rígida como una tabla mirándola directamente a los ojos.
En su cara arrugada se asoman rasgos que le resultan muy familiares, pero no recuerda quien es, no puede ser una invitada, los invitados no rompen puertas aunque para estos tiempos la gente es tan maleducada que no le extrañaría.
Me acerco lentamente a la casa que se alza gris e imponente frente a mí, tengo tanto miedo pero sé que es el único camino que me queda.
Las puertas son todas de cristal, un cristal que ahora esta teñido de tonos sepia por la vegetación seca que crece dentro y fuera. Estoy temblando, pero antes de pensar nada, arrojo la piedra grande que vengo cargando desde hace mucho tiempo en el bolsillo contra la puerta. He contemplado esta puerta miles de veces, sin tener el valor siquiera de acercarme y cerciorarme que nadie vive ahí.
La puerta se hace añicos, la casa y yo quedamos frente a frente. Intimidan sus monstruosas dimensiones y por dentro los colores son todos tan viejos, todo esta desteñido y sucio.
Siento un aire frío que me recorre por la espalda, un escalofrío aterrador, es Isobel que me invita a penetrar en este territorio que para empezar, he allanado.
Entro por el reciente agujero de la puerta.
Es un pasillo largo con una ventana al fondo. Ahí esta ella, ojos enormes de un color que se confunde entre el marrón y el anaranjado, mirando así, con la mirada carente de cualquier emoción mirando al espacio. De repente repara en mi, pareciera como si no se hubiera dado cuenta que estuviera ahí y me mira con desconcierto justificado, será mejor que hable con ella.
-Isobel, hola… ¿Me reconoces?
Ella sigue con esa expresión extraña que alterna entre el vacío, la sorpresa y la interrogante.
-¿Empiezan ya a llegar los invitados no?, santo cielo, disculpa que no te reconozca, últimamente no reconozco a nadie y mira en que fachas estoy, ¿sabes si llegarán pronto los demás invitados? Mis vestidos están extraviados y no he podido arreglarme. Ven, pasa, siéntate mientras yo intento encontrarlos.
En verdad no sé que hacer, en este gran espacio vacío no hay nada, ni sillas ni muebles ni nada que pueda reconocerse como objeto de uso cotidiano.
Isobel se introduce en una de las habitaciones, la casa es tan laberíntica, tan tétrica, ahora no me puedo arrepentir, ya estoy aquí, haciendo esto que nunca me había atrevido a hacer.
Dentro de la habitación esta ella de cuclillas removiendo entre una pila de basura y hojas secas.
-Francisco dijo que él mismo los había colocado aquí, una vez más te pido disculpas por el estado en el que me encuentro… Seguro estarán en los armarios y no los he visto.
Se pone de pie y una vez más esa mirada vacía y aterradora invade sus ojos, parlotea de cosas incoherentes sobre cocineras, invitados y vestidos extraviados.
-Deja ya lo de los vestidos, Isobel, tengo que hablar contigo de cosas importantes.
-No hay nada más importante que estar presentable para los invitados, incluso para ti que has roto mi puerta. ¿Sabes que la impuntualidad también incluye a personas que llegan demasiado temprano? En fin, no me estorbes en mis asuntos, no tardaré mucho.
-Isobel, mira mis ojos, ¿no me reconoces?
Ella levanta la vista y repentinamente se pone muy seria, imposible adivinar su edad, a veces tiene la expresión de una niña de 14 años y al momento siguiente puede parecer una anciana demacrada. Ahora me mira con su expresión vieja y cansada. Y así como aparecieron repentinamente los 85 años en su rostro, algo turbador se habrá cruzado por su mente torturada, porque repentinamente está muy asustada y arrinconada en las esquinas, decía que escuchaba pasos en el techo, que eran otra vez las ratas. Balbucea tantas cosas a la vez que a mi me invade nuevamente el miedo.
Molesta por la presencia de este nuevo personaje, Isobel decide continuar la búsqueda de los vestidos, así que invita a la mujer que ni siquiera ha tenido la atención de decir su nombre, a sentarse. Se siente tan apenada de ser vista en ese estado. Regresa a su habitación, no sabe si la mujer la seguirá o se quedará ahí petrificada en la puerta, le importa poco.
Hay una pila de ropa sobre la cama y la remueve buscando algún rastro de los vestidos.
No aparecen, busca en los armarios o colgado en los ganchitos de la ropa de fiesta.
No hay nada.
La mujer solo la observa, con esa expresión de estúpida como si no entendiera nada, no es de extrañarse porque esta vestida como una pordiosera; si llega a encontrar sus vestidos definitivamente le sugerirá que se ponga uno.
Una vez más piensa en Francisco, ¿dónde habrá puesto los vestidos?… Por eso le gusta ordenar ella misma sus cosas.
La mujer aquella le dice que deje los vestidos o no se qué. ¿Cómo puede ser tan despreocupada en cuanto a su aspecto personal?.
-Isobel, mira mis ojos, ¿no me reconoces?
Al mirarla nuevamente algo reconoce en ella pero no sabe qué.
Entonces los ruidos del techo nuevamente la ensordecen y la asustan. Ese Francisco debía haber matado a las ratas desde hace un mes, ¡que se vayan, que se vayan!.
La mujer se acerca, no quiere que se acerque, quiere que se vaya, ésta es su casa y ni siquiera es hora de la cena. Ella no esta lista, no esta vestida ni arreglada, además están las ratas en el techo. Si, mejor… mejor que no se vaya, así si bajaran, se la comerían primero a ella, no quiere quedarse a solas con las ratas.
La mujer se sigue acercando y se coloca a su altura, en el suelo.
-Isobel, te pido que mires mis ojos y me digas quien soy.
Ella sumergida en su pánico ni siquiera me mira, así que sostengo su rostro entre mis manos y la obligo a mirarme.
-Ya te dije que no se quien eres, ¡vete de aquí!
-Isobel, soy yo. Isobel, ¡mírame!, soy quien fuiste en algún momento.
-De qué hablas, estás loca, lárgate de mi casa, ¡¡Francisco, auxilio!!
-Francisco no va a venir, porque Francisco no existe, esta casa esta vacía y ha estado vacía desde hace casi 65 años.
La mujer aprisiona su rostro y le revela su nombre, Isobel, justo igual que el suyo y mira en sus ojos ese color anaranjado y marrón que solo existe en los suyos, dice que es ella misma, si, los mismos gestos... los mismos rasgos...
Mira entonces alrededor, la casa es una ruina, hay vegetación seca por dentro y por fuera. Los colores están desteñidos y viejos, las lujosas alfombras, la cara cocina, los lujos, los sirvientes, esta todo vacío, todo muerto.
Ella se estruja el rostro, aparentemente sorprendida, por lo que le acabo de decir, finalmente comprendiendo donde estamos. Esto a penas comienza y tengo que decirle todo ahora.
-Isobel, ¿sabes que estas haciendo aquí?
Isobel parece seguir ensimismada en la terrible sorpresa de descubrir su casa en ruinas.
-Isobel, ¿qué haces aquí?
Ella la mira, ahora con una expresión vieja y cadavérica tan penosa.
-Pero… mi casa, la cena, que, ¿qué esta pasando?, y si tú eres yo, porque estamos aquí al mismo tiempo, no puedes ser yo… ¿Eres acaso mi hija?
-No Isobel, somos la misma persona, pero tú ya estas muerta. Estamos en un punto medio donde no es mi tiempo ni tu espacio.
-Pero, ¿cómo puedo estar muerta?, no recuerdo haber muerto.
-Isobel, te suicidaste.
-Me suicidé…- se queda pensativa con aquella expresión vacía- ¿Porqué habría de suicidarme?
-Estoy enferma, y empeorará día con día hasta que yo misma no me reconozca, creo que entiendo porque te has suicidado. Vine aquí a buscarte. Las personas del pueblo te tienen miedo. Estamos aquí tú y yo, en este centro donde algún día yo seré internada para luego tú suicidarte. Vengo por ti, para sacarte de aquí y que vayas a donde sea que tengas que ir, talvez así yo también encuentre mi sitio.
-Pero… todas esas personas.
-También estás afectada por la enfermedad, son alucinaciones.
-Entonces, debemos salir de la casa si este ya no es nuestro lugar, ¿no?
-Si, talvez así estaremos en paz.
Intento tomar su mano y mi mano pasa a través de la suya.
La mujer que dice ser Isobel intenta tomar la mano de Isobel, sin embargo pasa a través de ésta. Isobel en cambio si puede tomar la suya, y caminan juntas hacia la puerta.
-A mi también me tienen miedo en el pueblo, dicen que estoy loca.
Salen por la puerta rota, ahora es de noche y la noche es fría y oscura como un mar profundo. Todo esta cubierto por silencio, un silencio tan pesado que casi se puede oír.
La casa parece aún más tétrica desde fuera, pareciera que es una casa que sufre.
Las calles están vacías, no se escuchan ni los animales o el sonido del viento. No hay luces en las casas ni gente caminando, es un pueblo donde no hay nadie.
-Que callado esta todo esto, nunca imaginé que se viera tan solitario y muerto.
La mujer que dice ser Isobel no cree lo que sus ojos le dicen, ella misma había pasado por ahí esa mañana y estaba lleno de gente, había ruido hasta en los lugares más recónditos. Por otra parte ya están afuera, e Isobel no desaparece. La mujer que dice ser Isobel entra en pánico y corre de vuelta al interior de la casa.
-Pero, esto no puede ser, ¿Qué esta pasando?
Isobel ahora tranquila la sigue al interior.
La otra Isobel la mira desde una esquina completamente encogida y con una expresión desencajada. Se apretuja contra las paredes con pánico y ansiedad. Toma entonces uno de los vidrios que antes eran la puerta y se hace un corte en la muñeca izquierda.
Entonces los recuerdos regresan a la mente de Isobel.
-Si, tú eres yo, pero esto no puede ser así.
Entonces salta sobre la otra Isobel y le arrebata la improvisada arma.
La calle está tan vacía, tan imperturbable y desierta que finalmente sé que toda la gente que había visto había estado en mi cabeza, era la enfermedad que me jugaba malas pasadas. No puedo permitirlo, sabía que esto iba a pasar pero lo imaginaba en muchos años, no puede ser, no puede ser… No puedo soportar la idea de vivir en una realidad imaginaria, de tener que depender de la gente que cuidará de mí. No puedo terminar como este fantasma buscando vestidos que no existen.
Entonces corro para terminar con esto lo antes posible, la casa es segura, porque vea lo que vea sé que estará vacía.
Estoy dentro, Isobel se acerca, no parece la misma mujer que encontré al principio.
Tomo uno de los trozos de los vidrios de la puerta, voy a cortarme la muñeca izquierda.
El vidrio se entierra profundo, puedo sentir un dolor punzante. Entonces Isobel se arroja sobre mí, parece ahora una mujer de 20 años de cabellos muy oscuros, me parece una desconocida. Me arrebata el vidrio y dice cosas que yo no puedo entender, tengo tanto miedo, siento tanta ansiedad que sé que ahora soy incapaz de controlarme.
Isobel se incorpora.
-Ahora recuerdo todo. Si, me suicidé.
Mira su muñeca izquierda y sangre de un rojo oscuro brota de ella. La analiza incluso con cierto placer y después me mira con una sonrisa. Se ve tan joven. Me pregunto si alguna vez me habré visto yo así.
Sale nuevamente de la casa y como si viera caer una flor, la veo ahora en el pavimento.
Así miro mi muñeca, estoy perdiendo mucha sangre, fue un corte pequeño pero profundo, habré alcanzado venas importantes. Moriré más lentamente pero creo que moriré.
Así, me miro a mi misma y a mi fantasma, las dos desangrándonos y me pregunto si será verdad todo esto y no uno de los engaños de mi mente.
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