Se encontraba totalmente taciturna, sus lindos ojos café claro estaban a punto de estallar en lágrimas por cuarto día consecutivo, se veía frágil e indefensa así con el rimel oscuro un poco corrido bajo la ventana de su alma. El día anterior la vida y sus circunstancias habían cimbrado su corazón estrepitosamente haciéndola perder esa materia indescriptible que sirve de motivación y razón para seguir en los días malos y transforma la alegría común y corriente en manantiales desbordantes de luz clara en los días buenos: la ilusión.
Sentada, sola, en un rincón oculto de la escuela, tan sólo pensaba repetitivamente en ese momento que fragmentó sus sueños volviéndolos partículas ahora invisibles, parecidas al polvo que transita a nuestra alrededor siendo apenas percibido cuando el sol se nos brinda en plenitud. Ella sabía que sería capaz de ver los pedacitos de magia que había perdido únicamente cuando el astro rey disfrazado de buena fortuna volviera a iluminar su realidad, mientras tanto sería un ir y venir plagado de sombras y lienzos que cubrirían el verde esperanzador de los árboles y el azul revitalizante de un cielo de antaño.
Tan bella, perfecta, llena de eso que no se puede describir a menos que tu dominio de las palabras roce con el absoluto... ahora nada de eso notaba en su propio ser, ahora se sentía vacía de tanto llorar, tonta de tanto querer, vulnerable de haberse entregado y completamente diferente a como siempre había sido.
Si bien es cierto que su triste semblante estaba parcialmente oculto tras una porción de su cabello oscuro que le caía sobre el rostro, también lo es que cualquier persona que era testigo de la presencia conmovedora de esa dulce niña, destrozada por algo que ignoraban, padecía de un estremecimiento casi instantáneo que generaba poderosas ganas de acercarse a ella tan solo para abrazarla; pero su imagen a la vez era tan abrumadora que ninguna de ellas se atrevió, pues tanto dolor, concentrado en una sola fuente, sugiere el temor de un contagio inminente.
Él miraba las nubes como solía hacer los días despejados, estaba acostado sobre la loza del pasillo, como monitoreando las canchas de fútbol y sus imprescindibles encuentros. Se aburrió de su labor al recordar algún deber pendiente y caminó hacia la puerta que conduce hacia el centro de la experiencia académica de todos los días. Su caminó cotidiano fue obstaculizado por la señora que trapeaba las escaleras de la izquierda, así que, pese a su renuencia natural a romper la rutina, caminó con pasos seguros hacia la derecha, imaginando el momento de llegar a su destino con tan vehemencia como si éste fuera el alto pico de la montaña más escarpada.
Era un tipo con un poder de concentración fuera de lo normal, así que se sorprendió al notar que él y su mente se habían separado a causa de un sollozo mudo que lo atrajo a un sitio en el que nunca había reparado con detenimiento. Retrocedió un paso y asomándose entre las plantas de ornamento de la jardinera de su izquierda vio una escultura de carne y hueso, plagada de extraños electrones que atraían su positivo hacia ella de modo casi hipnotizante.
Dulce criatura vestida de negro, vista de perfil desde su perspectiva, un perfil de hada de cuento, que dejaba vislumbrar, si mirabas con detenimiento, gotas saladas derramándose sigilosamente sobre un pómulo de ensueño.
Observó la imagen durante largos segundos, sintiendo una necesidad incontrolable de acudir en su auxilio, experimentando sin entenderlo el deseo de fundir su ser con ese otro el tiempo que dura un abrazo eterno.
Caminó hacia ella, la niña no reparó en su presencia hasta que lo tuvo a unos cuantos centímetros de su rostro, justo después de que él se agachara para estar al nivel de sus ojos, y justo antes de que tomara su cabeza entre sus grandes manos al tiempo que decía: explícame cómo es que de pronto miro el llanto de una estrella.
|