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A veces dos decisiones trascendentales tienen el desatino de coincidir en un mismo espacio tiempo complicando el panorama existencial doblemente. Decidir de por sí ya es difícil, dirimir sobre asuntos esencialmente complejos es un caos, y hacerlo sobre dos respectos subjetivamente caóticos puede producir un shock nervioso.
Por esos tiempos tuve el desatino de dejar dos de mis vicios predilectos al unísono: el cigarro y él. El día de la decisión la convicción era tan pero tan grande que me sentí enorme y poderosa, capaz de todo. Grave error aquel. No pasaron ni 48 horas y ya sentía una enorme necesidad de ambos.
La carencia de esas dos cosas que me brindaban tanta felicidad en instantes y me afectarían tanto a la larga me estaba sacando de quicio de un modo alarmante, tan alarmante que me dediqué a vivir entre las sábanas por algún tiempo. En mi posición habitual sobre esa cama que dejé destendida durante ese periodo de abstinencia, siempre quedaba viendo hacia el mismo punto de la pared, donde se perdía mi mirada después de mi antes cotidiano cigarro de la una de la mañana... también ese punto dominaba el panorama de mis noches junto a él cuando trataba de dormir mientras lo abrazaba.
No sé si contemplé ese sitio tanto tiempo que enloquecí un tanto más; pero ante la exacerbada carencia de placeres encontré un buen substituto en la contemplación constante de ese sitio en el muro... tal vez suene estúpido que te llene observar una pared todo el día... pero no era una plana y sin chiste; tenía un poster de Guanajuato como de 90 x 60.
Guanajuato siempre me recordará el rostro de ese hombre y también un fuerte olor a cigarro. Ese viaje fue increíble, la primera vez que estuvimos lejos del mundo solos él y yo. Aún recuerdo sus ojos viéndome en la sutil oscuridad mientras se oía un enorme barullo a nuestro alrededor. Ese momento llenó mi alma de un éxtasis inexplicable que nunca he podido superar. Justo cuando se daba la magia de ese instante, fumaba un cigarro de los que desde ese día siempre compré. A la mañana siguiente de el momento más feliz de mi vida corrí a una tienda de regalos y me llevé ese poster que colgué en el rincón más visible de mi cuarto... para que dominara el panorama de mis días y no me dejara olvidar nunca que había sido completamente feliz al menos un segundo.
Pero qué importaba recordar eso ahora si moría por una fumada de ese y un beso del otro. Ya no entendía cómo demonios había podido renunciar a dos elementos que llenaban mi vida de un aire especial del que simplemente ya no podía prescindir. Ambos se convirtieron en fuertes prohibiciones para mí, como el chocolate y las grasas cuando estás a dieta. Era como si no pudiera tener alguno de los dos por separado porque el placer no sería el mismo si el otro no lo complementaba. ¿Para qué quería estar con él si el aroma de tabaco no poblaría nuestras tertulias a modo de ambientación inigualable?.. ¿para qué quería un cigarro si no sería lo mismo agotarlo en mis labios sin su presencia a mi diestra?Así pasé largo tiempo, defendiendo mi convicción en contra de los vicios por medio de un enfermizo aislamiento social que derivó en ausencias estúpidas a la escuela y un distanciamiento del mundo entero. Tal vez por esa falta de mí que se vivió en el entorno de mi antigua normalidad, recibí esa visita tan esperada. Pero antes de decirle: “hola, te he extrañado” le pedí que me regalara un cigarro.

Texto agregado el 27-05-2005, y leído por 287 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-05-2005 muy real, todos hemos pasado por un momento asi...me gusto antral
 
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