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El otro día me topé con una cucaracha que se estaba haciendo el aseo con sus antenas, a la entrada del baño. Pensando en esta discusión le pregunté si tenía alma. Me quedo mirando feo un momento y me dijo: !Averígualo! Acto seguido le puse un zapatazo encima y me metí en la ducha.

Al salir, me encontré con un mensaje escrito en el vaho del espejo: "Ja! Hay un agujero en tu zapato"
Salí atónito. Nunca antes una cucaracha me había hablado en toda mi vida y menos en ese tono ¡Y burlándose!
Revisé la suela de mis zapatos y efectivamente había un agujero en el izquierdo.

Era del tamaño de una cucaracha y gracias a éste, “Aristo”, – sobrenombre que le puse al insignificante y antipático animalejo – se había salvado, por lo que deduje que posiblemente éstos tenían alma o al menos algo parecido. Revisé ambos zapatos y me llamó la atención que uno solo de ellos tuviera un orificio.

Pensé si a lo mejor tenía un callo en la planta del pié y quizá esto sería el culpable del daño de la suela. Saqué cada calcetín de ambos pies y los revisé. Nada, solo una lisa y suave piel plantar que no acusaba desviación o protuberancia.

Mirándome los dedos se me ocurrió que éstos eran muy divertidos. Sí, cada uno de los cinco dedos vistos al revés eran muy divertidos. Empecé a reír y al cabo de un rato no podía parar. Cada uno, con sus uñitas mirándome inocentemente y sus caritas redondas y blandas, me producían un estertor incontrolable.

Estaba en eso cuando uno de ellos me habló: –¡No te rías de nosotros!–, dijo con voz de quien se siente atrapado pero mantiene una actitud orgullosa, casi heroica. –¡Somos tus dedos del pié y deberías tener más respeto!–, agregó.

Les miré uno a uno y no sabía que responder, era ridículo contestarles ya que los dedos no hablan y menos los míos a los cuales conocía por muchos años. Seguí riendo sin parar y a cada rato el tono de mi risa seguía creciendo. ¡Esto que estaba pasando era inconcebible! Primero me hablaba una cucaracha y ahora uno de mis dedos del pié, ¡No podía ser!

Finalmente me calmé. Me puse los calcetines y luego los zapatos y me dispuse a trabajar como todos los días en mi escritorio de escritor. Hacía años que lo hacía y me entretenía sobremanera escribir distintos cuentos. Este me parecía entretenido y cierto goce maligno se apoderó de mí. Busqué entre mis archivos y revisé la filosofía de Aristóteles concienzudamente.

Allí había leído tiempo atrás sobre la vida de los animales. Más explícitamente sobre si los animales tenían alma.
Esto era el centro de atención de mi cuento y Aristóteles decía que sí. Que los animales y la plantas tenían alma. Un alma animal pero alma al fin. Nosotros los seres humanos también teníamos ese tipo de alma según él, pero además teníamos de otro tipo. Un alma racional, única del ser humano.

Seguí escribiendo el cuento y al rato escuché una voz que provenía debajo del escritorio: –¿Ves? Nosotras las cucarachas, también tenemos alma–, dijo la voz. Era una voz de cucaracha, con un timbre metálico, seco, sin eco, un poco plano, como con un efecto de vibrato estereofónico. Miré debajo del escritorio y ahí estaba, sentada sobre sus patas traseras, moviendo sus antenas y mirándome fijo. –¡Ah!, eres tú de nuevo–, le dije. –¿Te dolió mucho el zapatazo?–, le pregunté con un delicioso sabor interior de maligna prepotencia. –“La verdad que no, porque no me golpeaste. Salí por el agujero”– agregó con indiferencia.
–Cierto–, le contesté, –te salvó el orificio de mi zapato…

–“Por cada cucaracha o animal que extermines, se te descuenta una hora de tú vida”–, me dijo displicente, como quien habla de soslayo limándose las uñas. Quedé pasmado, tieso. Mi disco duro del cerebro giró millones de veces en una milésima de segundo y me hizo recordar instantáneamente cuantos animalejos había eliminado en mi vida…y la cuenta subía cada segundo; tres perros atropellados, un patito pequeño, cinco gallinas, doscientas veinte y seis arañas caseras, seis mil ochocientos zancudos, ocho mil doscientas moscas, cuarenta y tres conejos, cincuenta y siete gorriones, nueve palomas, trece zorzales, un canario (indirectamente), tres lagartijas, ochocientos caracoles y babosas, una araña pollito, una culebra, cuatrocientos pejerreyes, un gato (a postonazos), trescientos treinta y dos ratones y lauchas, un murciélago, tres pollitos recién nacidos, una lechuza, cinco liebres de campo (con perros), veinte y tres salmones de gran tamaño, ochenta y seis truchas medianas, un loro silvestre, cuarenta y un gusanos de tierra, trescientas lombrices, siete chinitas, un mil ciento cuarenta y dos polillas nocturnas, doce San Juan, seis mil quinientas cuarenta y nueve termitas, dos mariposas, diez y siete abejas obreras, dos mil ciento quince abejas africanas, doce sapos, un mil novecientos moscos, doscientas veinte y ocho jaibas, una perca, tres estrellas de mar, un lenguado grande, una corvina, setenta y dos locos, cincuenta y un erizos, una gaviota, doscientas diecisiete cuncunas verde, doscientas treinta y cinco cucarachas…, y empecé a marearme con tanto crimen cometido.

En total veinte y nueve mil novecientas veinte y tres vidas sesgadas por mi propia mano y mi instinto criminal. ¡Veinte y nueve mil novecientas veinte y tres horas menos de vida!
Casi un mil doscientos cuarenta y cinco días de mi vida perdidos al convertirme en asesino de otras vidas! ¡Tres años y medio menos de vida! Quedé sin aliento.

Debía recuperar mis años perdidos a como diera lugar y me propuse salvar en lo que me restaba de vida otras veinte y nueve mil novecientas veinte y tres vidas. –¡Lo prometo!–, le dije atemorizado, a la cucaracha que debajo del escritorio me miraba ahora con misericordia. –“Te creo”–, me dijo, –“no pierdas tiempo”–, completó, y dio media vuelta desapareciendo por una rendija de la muralla.
Me volvió el alma al cuerpo.

Texto agregado el 27-05-2005, y leído por 2949 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-04-2006 Que lindo cuento... bien narrado... valió la pena lo largo... por otra parte ¿Eres un controlador de plagas? has matado más insectos de lo que yo nunca hubiese soñado :) ***** s1ndrome
06-07-2005 Encantador me pareció el relato. Pedagógico. Pro natura. Sencillo y al alcance. De antología. Divertido. ¿Qué más? Pues eso, ...si es verdad que los animales tienen alma! Si no ellos, nosotros menos. azulada
04-06-2005 Excelente cuento y buen mensaje el que de él se desprende...! No mataras... por matar! Muy Bien por tu cuento, 5* peinpot
 
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