Ana y Miguel estaban en una choza al lado del lago. Estaban de vacaciones y sus hijos Marcelo de 8 años y María de 12 se bañaban en la playa que daba a la choza que la familia había alquilado. Estas eran unas vacaciones muy esperadas por parte de Ana Y Miguel. Por distintos motivos de trabajo y postergación de las vacaciones, cambiaron su itinerario para ir unas semanas a Bahía Perdida. Ese es el nombre del lugar que eligieron luego de muchas idas y venidas.
La choza de madera estaba inmersa en la selva, húmeda y pegajosa, poseía un caminito serpenteante que terminaba en el muelle, que servía de embarcadero. Poseía dos plantas, la de arriba tenía una terraza que vislumbraba el agua. Todo el entorno en que ésta estaba sumiso, era salvaje y agreste. La camioneta 4x4 a duras penas había podido llevarles.
Estaban felices, habían conocido el lugar por intermedio de un amigo que les cedió el chalet como lo definía. De la interestatal 35 pasando el Cerro Mocho, iban a encontrar un camino de tierra no más alejado de 2 kms pasando éste. Se debían internar por el mismo, y luego de unos kilómetros encontrarían el chalet, lo reconocerían por el mojón tirado de costado de color verde pálido a un lado del camino. La entrada tenía una arcada descolorida que a duras penas decía "El Chiringuito".
La camioneta apenas había podido vadear el camino dado la frondosidad de la maleza que reinaba por el lugar. Pero ya estaba instalados desde dos días atrás. Lo que más les habían cautivado era ese contacto con la naturaleza en su estado más salvaje, ya que ellos provenían de una ciudad muy atestada.El agua tenía un azul turquesa que junto a el sonido de los pájaros y los animales que rondaban la zona les brindaban una sensación de tranquilidad.
Ana estaba preparando la comida para el almuerzo, y Miguel había salido temprano con sus hijos en el único bote a motor que estaba atado en el embarcadero . Al surcar el lago, dejaba una estela bien clara. Bordeaba el lado izquierdo y casi se golpeaban con las ramas allí existentes. Los pájaros cruzaban el cielo en bandadas, y por aquí y por allá cruzaba a nado un carpincho o un jabalí.
Cuando deciden retornar, Miguel deja el bote amarrado, mientras Marcelo y María juegan a quien se tiran primero desde el muelle. Miguel ya había comenzado su retorno a la choza, vestido de un short corto y una camiseta, cuando escucha los gritos de sus hijos. Lo que ve lo deja impactado.
No se habían percatado de la aleta dorsal de un tiburón toro surcando esas aguas dulces, cuando llegan al amarradero. En el momento, en que María se zambullía la robusta apariencia del tiburón giraba en torno del lugar, mientras Marcelo intentaba llegar a la escalera de madera del lado izquierdo del embarcadero. El toro, llamado por su curiosidad arremete a la pierna del niño, quien lo salva su madre Ana, en el último instante, pero Miguel su padre ya se había tirado a salvar a su hija, y cuando esta a punto de entregarla a su madre, el tiburón arremete contra éste arrancándole el bajo vientre. Un gran charco de sangre se comenzó a dibujar en torno al amarradero. |