Podría haber estudiado lo que quisiera, en la universidad que yo quisiera. Pero nunca lo intenté.
Me acuerdo perfecto del día en que di la prueba de aptitud… de matemática. Salí con una sonrisa en la cara y a la vez un poco preocupado porque había puesto doce alternativas a, doce b, once c, doce d y trece e. Eso me tenía muy desconcertado y a cada rato pensaba y preguntaba “¿a alguien le dio doce-doce-once-doce-trece?” Todos me miraban más confundidos aún con cara de qué le pasa a este loco, pero en el fondo yo sabía que no podía estar equivocado. ¿Cómo te fue? – era la única pregunta que sonaba en bocas ajenas y no tan ajenas, hasta que se convirtió en un eco algo desagradable.
Así pasó una ardua espera hasta que en los primeros días de enero, mientras estaba de servicio por el país en un lugar llamado Rinconada de Quiahue, en Lolol, con ansias le quité el diario a uno de los jefes de trabajos de verano y empecé una búsqueda casi maratónica de profetizado final. Al corroborar mi RUT, sólo me percaté que entre tantas cifras aparecía un majestuoso 831. Pegué un salto hacia atrás y salí inquieto de la pieza donde me encontraba. Afuera la emoción ya era evidente, los abrazos precipitaron de forma casi instantánea y por la radio ya se escuchaba “¡el puntaje nacional está en Lolol!”, mientras los lugareños salían de sus casas para ir a la escuelita a saludarme. ¡Qué trabajos de verano!
En la oficina de mi papá me felicitaron por mucho tiempo por el puntaje en matemática, mas una persona me dijo “¿y qué pasó con el resto?” Casi innato salio “sólo me importaba matemática” como respuesta. Y la verdad es que así era. Lo demás ¡maní!
En el colegio nunca me detuve a revisar una prueba. Quería salir a recreo lo antes posible. Nunca pensé que el par de preguntas que había contestado mal podían ser la puerta a la mejor universidad.
Jamás imaginé entrar a Bachillerato. ¿Ing. Comercial? No, no era lo mío. Y como quería estar en la PUC, mejor entraba a “bachi” y de ahí me cambiaba a Ing. Civil, que era mi primera opción. ¿La Chile? No, porque la PUC tenía mejores alternativas de estudio.
Empezaron las clases y todo el mundo estaba histérico, sobre todo las mujeres. Pero yo iba en la misma parada que el resto de los bachilleres: no conocíamos a nadie, éramos todos nuevos, éramos… éramos como una gran familia que con el tiempo se iría reduciendo hasta formar varias hermandades. Que mentira. Éramos cientos de pelotudos jugando a ser adultos en un mundo de niños. Pero todo se terminó en el primer módulo de clases: Leslie Yates y su ramo BIO100C nos demostrarían lo contrario. Y así fue como entre tallas y chistes nos dimos cuenta de que ya no estábamos en el colegio. Ahora cursábamos quinto medio en la mejor universidad, perdón, bachillerato.
Los carretes frecuentaban las aulas de clases, para qué decir el taca-taca y la mesa de ping-pong, cómo olvidar los asaditos en el patio a toda hora: lo importante era celebrar.
La verdad siempre fui un confiado de la vida, en media palabra un “mediocre”. En el colegio, como tenía buena atención en clases no estudié nunca… quizás sólo un par de horas antes de que comenzara la prueba. Pero después de hacerla nunca me detuve a revisar una prueba. Quería salir a recreo lo antes posible. Nunca pensé que el par de preguntas que había contestado mal podían ser la puerta a la mejor universidad. Pero debo reconocer que la PAA me ayudó a superar eso. De hecho cuando rehice la PAA me di cuenta que tenía un error en un ejercicio y lo corregí. Ahí aprendí a no salir antes a recreo para revisar una prueba antes de entregarla. Si lo hubiese hecho en el colegio, de seguro habría salido con un par de décimas más en el promedio y estaría estudiando Civil. Pero qué importa, total igual estoy en la PUC, no en Civil pero sí en “bachi”.
Los primeros ramos fueron realmente complicados. Acostumbrado al ritmo de años anteriores, estudiaba re poco. “Pero si esto es muy fácil” pensaba. Confiado por haber obtenido una de las mejores notas en el primer control de cálculo, y con varios seguidores de mi creída sabiduría, no logré reflejar los mismos resultados en la I1, por lo que el grupo se desarmó y mi fama se hundió más rápida que el Titanic. No le di importancia y empecé a buscar un nuevo grupo donde desarrollar mi talento mal creído innato, pero ya estaban todos formados. Este líder caído no encontraría victoria en esos lados. Si bien Dios castiga, pero no a palos, un par de hermanos me aceptaron en su fraternidad. Así nacieron nuevas amistades y todo un mundo nuevo. Pero las notas no renacieron en gloria y majestad. Así a punta y codo por el más peligroso campo minado logré salvar Introducción al Cálculo y Biología al borde del cuatrito. Sin embargo hubo otros ramos en los que me iba re bien, el humanista, el teológico y uno de física. Gracias a eso logré posicionarme once en el bachi-ranking. Pero el próximo semestre, pese a que la historia no varió mucho, si variaron muchas cosas, no sólo los nombres de los cursos, sino que también el ranking. Ya me acordaba de Massú y González cuando estaban a punto de entrar a los Top Ten y sufrían una lesión que los dejaba fuera de carrera, por lo cual descendían diez puestos en el ranking. Solo que en mi caso, la lesión era perfectamente evitable. Esto no podía seguir así. Tenía que ponerme las pilas y remontar posiciones.
Como cual soldado en guerra prepara un ataque, decidí emprender una lucha. La causa: volver a ser el mateíto de antaño.
Pero yo no conocía al destino, ni los planes que el de arriba me iría de poner. Así fue como un nuevo semestre de estudio vino a competir con una polola, la guitarra y un sin fin de cosas. Todo el esfuerzo se iba a ver seriamente comprometido al término de ese tercer semestre. Y todo dependía de un simple click con el mouse: en la pantalla aparecía un tentador “¿Está seguro que desea botar el ramo Química General QIM-100?” La mente titubeaba entre aceptar y rechazar una propuesta que podría salvar mi existencia. Pero aquí fue dónde un remordimiento de tantos años de pereza vino a hacerse presente con un voto muy pesado. No podía ser tan flojo, tan mediocre, tan… tenía que aperrar. Y el soldado se hizo valiente, su orgullo creció y con él crecieron las ganas de batallar una lucha ya perdida. Así fue como al terminar el semestre, en vez de pasar cálculo y botar química, en mi situación académica aparecían dos grandes “reprobados”.
Esta situación provocó muchos cambios en mi vida. Primero tuve que cambiarme de batallón, porque las primeras líneas ya me habían dejado atrás en esta carrera por una carrera profesional, ahora los vería de lejos y sentiría envidia de su lugar. Yo en cambio tendría que repetir la mitad de lo que ese semestre havia vivido. Sólo que esta vez con nuevos compañeros, nuevos profesores y un nuevo mundo. Pero filo, total este semestre tomo un ramo más, después tomo otro en el verano y estamos: nos cambiamos. Y para suplir los ramos caídos, ¿por qué no tomar ramos económicos que tanto me habían hecho gozar el semestre pasado?
Pero el destino volvería a hacer de las suyas. Esta vez con un cambio de casa-vida que me torturó por varios meses, hasta que como buen patriota un 18 de Septiembre de 2004 habría de lograr una anhelada independencia. Acto seguido mi vida iría de sufrir una serie de transformaciones. Esta vida de adulto me haría recapacitar en muchos aspectos. Pero nunca sospeché que uno de esos aspectos iría a manifestarse con tanta fuerza. Casi como por ley, aquella parte humanista que tan botada tenía comenzó a conquistar mis pensamientos, y como la mejor de las seductoras, ante un posible nuevo fracaso semestral, introdujo una nueva ventana: el estudio de las ciencias económicas y administrativas. Ese mundo que antes miraba con espanto, donde la superficialidad abunda en la cara de los que pretenden manejar la plebe, resultaba no ser tan desagradable; hasta parecía volverse atractivo. El mall...
Después de un semestre entero dilucidando entre Civil o Comercial, la mediocridad persuadió mi decisión al hacerme ver que Civil se hacía cada día más inalcanzable. Punto clave fue la reformulación de botar Química General. Pero esta vez la duda no alcanzó a posarse en mi dedo cuando aparecía en la pantalla que el curso había sido botado con éxito. Ya estaba hecho. La mediocridad había triunfado en su guerra por mostrarme mi destino… y no se equivocó.
Ahora cuando me preguntan me rió. No sé por qué no me metí en un principio a Comercial. Debo reconocer que lo pensé. Pero quizás tenía que pasar por bachillerato.
Cuando me preguntan en qué año estoy, la respuesta es bien compleja. Porque tengo ramos de primero, de segundo y otros de tercero. Tengo clases con los novatos y con gente más grande que yo. Pro cuando me preguntan qué estudio, la respuesta se vuelve aún más complicada: Ing. Comercial con un proyecto en Urbanismo. ¿Un qué? Estoy empezando a hacer un minor en Urbanismo para mezclarlo con Comercial. Es un proyecto muy ambicioso, que nadie ha hecho. Seré el Neil Armstrong de Comercial.
¿Y cómo fue que terminé aquí? Por haber sido un mediocre gran parte de mi vida. Ahora puedo decir que la mediocridad es la clave. Pero hay que tener cuidado, porque su camino es como el filo de la navaja: puede que la mediocridad nos gane y nos bote, como puede llevarnos a la gloria. En mi caso, espero seguir en el filo.
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