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Inicio / Cuenteros Locales / sarnahuixtli / Carta de un loco a su amada el día de San Regodeo

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Querida mía:

Heme aquí nuevamente, esperando abriles de metralla.

Yo no sé si fui lo que merecías, pero sé que lo que yo merecía eras tú.

Aún recuerdo cuando te veía correr, por las tardes, tras las mariposas de caras malsanas, sin preocupaciones. Y yo, entre sueños de mil y una ilusiones, te pensaba como madre de un par de críos, amante de mis noches en vela, enviada del cielo.

Estaba perdido, sin sueño. Era total esclavo de tus deseos y permanente vigía de tu cuerpo.

Y pensar que pudimos ser tú y yo, sin ningún contratiempo, sin pena alguna. Que seríamos un gobierno de flores y colibríes, buscando cigotos en cada estación, en cada beso. Todas las canciones serían nuestras. Todos los bailes serían únicos...

Pero me dejaste inquieto, mujer. Ya no sé si vengo o si voy. Me dejaste pariendo pensamientos sin acabar, elucubrando ciencias de conjunciones y carabelas de color.

Aún yace, en mi boca, el sabor a Mate de tus labios de colibrí. Pero, como podrás imaginar, me faltan las gotas de azúcar que antaño me endulzaban las palabras.

Justo hoy, a falta de ello, decidí untar de alcohol mi cuerpo. Aunque eso es lo de menos cuando de borrar penas se trata.

No creerías cuánto me ha acontecido en estos tiempos.

Hace apenas un par de centurias atrás, aprendí a volar, sin salir de mi espacio. Además, ya canto con mayor propiedad, cuando me rasuro las palabras que te nombran.

Deberías ver cómo nado, con elegancia, en las reuniones sociales, algo que siempre me recriminaste por mi tendencia a la soledad. Si vieras que hasta aprendí a hablar bien el inglés para olvidar que soy blanquinegrindio.

He vuelto a fumar, sabes. Las cajetillas de cigarros se me van cada dos o tres cuentos. Debo admitir que es por culpa de la comodidad. Sale más barato ocupar tabaco para escribir mis penas, que usar tinta para derramarme en el llanto de tu recuerdo.

He cambiado mucho. Ya no parezco el fusil desvalijado que hirió tu corazón. El mismo que te envenenó de amor aquel tres de julio de mil novecientos noventa y tantos.

Pero no creas que todo ha sido tan malo. Al igual que tú, mi sien se ha sembrado, hace tres meses, en la cintura de una blanca gacela. Bueno, quizá no sea blanca. Lo que pasa es que lo único que me animo a verle son sus ojos. Los tiene de muchos colores y eso intimida a cualquiera.

Una vez se desnudó delante mío y los vi de color celeste. Poco más y me mata. Pero no creas, cuando se enoja es peor: sus pupilas se llenan de mares, se encienden las paredes de mi cerebro y es allí cuando me quema con su sol. Fuera de eso, es melodía como los atardeceres en la playa.

A veces da la impresión de ser un ángel. Claro, en vez de alas tiene una desnudez que no le cabe en el cuerpo y que, por cierto, no le sienta tan mal. Pero eso es, apenas, una pequeña revolución de su sonrisa.

Tiene mucho de bueno, como el amor que me lanza por las ventanas, cuando cultivo nuestro sustento en el campo. O como cuando me jala el aire que respiro con un beso suyo.

Y qué decir de las noches de pavor, en que no quiero oír sobre el pecado: me permite hacerte…, digo, hacerle el amor.

Sin embargo, debo admitir que es dueña de un carácter de mil demonios. Sobre todo cuando saltas a la cuerda de las discusiones y te quilibras como los jaguares tras las necedades.

Ayer, precisamente, me ha dejado saber que no te quiere ver ni de cerca ni de lejos, porque, dice ella, no soporta a las mujeres “repasadas por moda”. Yo digo que esos pensamientos son normales en una mujer de su edad. Claro, ella fue criada en otros tiempos, donde la infidelidad no era tan evidente. En cambio tú…, bueno, tú eres otra historia que prefiero no recordar ahora.

Lo que sí no consiento en ella es la manía de promulgar conjuros a Dios justo a la hora de cenar. ¡Eso se hace en la cama!

Sí, es cierto. Ya sé lo que has de estar pensando. Después de todo tiene mucho de malo. Es pretenciosa e irreverente, dirás. Pero eso no importa, yo la amo y es lo que vale. Ya sabes lo que dicen: “ellos se crían y el Diablo ve si los junta”.

¡Uy! Ya parezco oreja de tanto escribir.

Imagino que ya te aburrí de tanta cháchara esparcida sobre el papel. Ruego que me disculpes, pero necesitaba soltarme las caricias que ella me ha mutilado. Sé que te da lo mismo que yo le lama a ella el sentido o que te lo lama a ti. Ya estás acostumbrada a mí, y por eso te maldigo de buen modo (creo que aún poseo mi cuota de confianza vigente). Además, sé que te incita verme así, sin peligrar la patria de tu gracia.

Bueno, este acorde maltrecho se está acabando de ejecutar. Espero que me escupas pronta contestación.

Me río de gracias porque te lamentes con este tu mismo vacío. Mientras tanto, yo me pierdo hasta nuevo aviso. Si alguien te pregunta por mí, diles que ya volví a la vida y que si me quieren visitar, que ya saben dónde está el panteón. Si lo que quieren es saber si les he dejado recado, diles que no tenía nada que heredar, pero que en la otra muerte les llevo su regalo de cumpleaños el dos de noviembre.

Con el Desprecio de siempre, se desgaja de ti: Santos Demonios.

Texto agregado el 31-08-2003, y leído por 476 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-01-2004 que buena carta! un saludo johan
19-10-2003 Este texto es extremadamente poético. Es como realmente debe ser, no las palabras simples como vomitos de sentimientos que existen en algunos relatos de esta página. Realmente algo no anda muy bien por aqui ya que no lo han notado Te felicito Eres un poeta de Ley nikita
31-08-2003 Parece un tango!! guso
 
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