Laura vivía felizmente, nada le iba mal, tenía un novio al que adoraba, sus amigos siempre estaban allí cuando los necesitaba y era muy buena estudiante. Todos los días hacía lo mismo. Se levantaba todas las mañanas media dormida, y luego salía hacía clase donde le esperaba la tortura de seis horas de clase sin parar, pues en las últimas semanas del curso les restringían los recreos y los dolores de cabeza y de las distintas partes del cuerpo crecían a medida que se acercaba el final de curso. Por fin final de curso. Después de siete larguísimos años aquel sería el último en aquella cárcel a la que llamaban Colegio. Laura llevaba esperándolo desde hacía bastante tiempo, a pesar de que allí había pasado los “mejores” años de su vida, tenía ganas de salir de allí y sentirse liberada de aquellas paredes de color verde, tristes y monótonas.
Mientras Mister Aburrido terminaba su clase sobre las guerras nazi, Laura miró distraída por la ventana. Varios niños de primaria corrían detrás de una pelota naranja, y dos chicos hacían gozo de quererse, Laura sonrió, pensando en su novio, pero tuvo que volver la vista hacía la pizarra, pues los ojos del profesor la observaban callándose una reprimenda. Por fin acabó la última clase del día. Salió al exterior y se paró a observar el Colegio por fuera, era igual de aburrido por dentro, las ventanas estaban llenas de barrotes oxidados de color marrón y el amarillo bordeaba cada centímetro de pared.
Al llegar a su casa comenzó a estudiar para los Finales, paró un segundo y observó, a las tres horas, de la cantidad de papeles que llenaban la pequeña mesa. Todo aquello pronto iba a acabar, pronto estaría sentada en su cama, sin pensar que tenía que levantarse para estudiar, las preocupaciones se irían, podría dormir todas las horas que quisiera, podría estar hasta las tantas de juerga y muchísimas cosas más. Detuvo su mente, se estaba precipitando, la sonrisa de felicidad se había dibujado en su cara a medida que pensaba una cosa tras otra, y aún no había acabado de aprenderse las cuatro guerras que el faltaban.
De repente sonó el teléfono misteriosamente y Laura se sobresaltó, corrió a cogerlo y le extrañó oír la voz de su novio al otro lado del auricular. Su voz sonaba triste, melancólica, algo raro en él, pues siempre o casi siempre, estaba de buen humor.
Discutieron durante un rato y Laura colgó el teléfono algo mosqueada y siguió estudiando, haciendo esfuerzos por concentrarse.
Al día siguiente se levantó de mal humor, hubiera preferido quedarse en la cama, pero el examen de Historia la llamaba desde la puerta del Colegio y con las hojas de repaso, partió hasta el examen que duró tres largas e intensas aburridas horas.
Al salir volvió a quedarse parada en la puerta, una pareja paseaba de la mano y se acercaba a ella con pasos pausados. La imagen le chocó bastante, su novio y su mejor amiga se acercaban a ella con la mirada perdida, como ignorando que ella estaba allí. Al llegar a ella, se pararon, Su “novio” David parecía querer decirle algo, pero por alguna extraña razón no lo hizo. Laura no pudo contenerse y se largo de allí lo más rápido que pudo, intentando parar sus lágrimas que ya caían cual cascada por su piel de marfil.
Cayó sobre su cama de bruces y continuó llorando hasta que se quedó dormida. Cuando despertó ya había caído la noche. Se sentía muy mal, apartó las lágrimas que mojaban su cara, ¿por qué había tenido que ocurrir algo así? Todo iba tan bien…
No tuvo valor para levantarse y seguir estudiando, todo había perdido el sentido, los estudios, la familia, sus amigos, desde aquella habitación sentía como si todo el universo estuviera en contra de ella. Los días continuaron pasando, sus padres estaban muy preocupados, dejo de asistir a clase, dejó de salir con sus amigos. Se encerró en su habitación y no volvió a abrirle las puertas al mundo.