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Camino de prisa por la calle del mercado, vio a un lado frutas podridas amontonadas cerca de una pared y varios perros merodeando por el lugar, lanzo una mirada sigilosa por el lugar y rodeo algunos tomates aplastados, se topo con los ojos cansados de una mujer que parecía dueña de la calle- hay doña raquel- pensó. Miro sus ojos y vio un pozo oscuro cubierto por telarañas de tedio y soledad. La calle estaba vacía, solo ellas dos poblaban la solitaria tarde. El viento frío traía la frescura del sur, donde el invierno era mas crudo que allí mismo. La muchacha siguió caminando dejándola atrás, las casas estaban todas cerradas como si de pronto la gente se hubiera esfumado con el humo del café, pero ella sabia que tras aquellas puertas y ventanas la gente vivía sin tumultos ni sobresaltos. Suspiro mirando de un lado a otro, le gustaba el invierno, se sentía mas cerca del cielo en aquella estación, le gustaba salir a vagar como un fantasma solitario por las tardes sombrías del pueblo.
Camino despacio por una calle vacía, mientras deseo que su corazón ardiente se deshojara y los pétalos volaron por ese cielo que miro ampliamente y llegaran hasta la ciudad donde habitaban los ojos que la habían descubierto. Llego hasta la plaza y se sentó en un asiento mirando a su alrededor, una niebla espesa parecía bajar de los cerros sumiendo la plaza en un laberinto brumoso, suspiro una y otra vez. Sus ojos cafés se hicieron profundos y ella disfruto de su soledad. El recuerdo de haber conocido a un extraño era solo suyo y eso la hacia sentir que por fin tenia algo propio, fuera de toda la gente e incluso de su misma madre, por eso valoraba esos paseos por el pueblo porque podía estar con ella misma. Después de estar un rato allí nuevamente salió caminando directo hasta su casa. Abrió la puerta y su madre estaba acostada en un catre con una vela prendida mientras zurcía unas medias- vaya no entiendo porque te empeñas en salir en semejante frío- le dijo cuando ella cerraba la puerta y el viento frío se colaba , ella no dijo nada y fue hasta la cocineta que tenían el cuarto contiguo para poner el agua para el café. Después se sentó en la mesa del comedor y prendió otra vela, tomo un bordado que llevaba meses haciéndolo, pero la verdad era que bordar nunca le había gustado del todo, solo que el tedio de sus días le hizo agarrar esa tarea. Cuando el agua hirvió le puso el café y la habitación se impregno del olor, la llamo para que viniera a sentarse a tomar. La mujer regordeta se puso en pie, era blanca de ojos verdes y se acerco hasta la mesa, mientras la miraba tratando de encontrar razones de una buena vez a esos cambios que se suscitaron en su hija, tomaron en silencio, y afuera el viento parecía soplar con mas fuerza. Su madre ayudaba en una de las pensiones del pueblo y gracias a eso comían todos los días comida buena y caliente- me vas a decir de una buena vez que es lo que te pasa?- le pregunto, ella siguió tomando y la miro- pues nada que me va a pasar- dijo tratando de sonar lo mas normal posible, para que ella no descubriese los pensamientos que le rondaban y sentía que se le iban de las manos- nomás espero que no se te haya metido la idea de irte a la ciudad como a todos los jóvenes porque no voy a dejar que te vayas- dijo la madre . aunque dionisia había pensando en esa idea, todavía le parecía demasiado remoto pensar en eso, sentía que era un sueño demasiado difícil de alcanzar, por otro lado también tenia mucho miedo, porque de la ciudad se decían tantas cosas, que no se sentía lista para dar ese paso. Nunca se había separado de su madre mas de un día, porque ella era todo lo que tenia en esta vida y no pensaba dejarla.
Mas bien sus sueños eran otros, pasaron veinte días en espera del que apareció una tarde y no solo le robo su primer beso, sino también la primer caricia entre las sombras de un árbol en pleno invierno, con su aliento cálido que la perdía del frío del mundo. En el soñaba ella, en su regreso, en que apareciera una tarde de esas y le hiciera señas entre los árboles del parque, donde la rodeo con sus brazos y sus manos acariciaron su cuerpo por primera vez. De solo pensar en ese momento volvió a ponerse colorada delatándose, bajo la mirada para que su madre no se diera cuenta y siguió tomando su café- ni pienso irme de aquí- le dijo dionisia tratando de tranquilizar a su madre, porque no creía que ella pudiera entender lo que estaba pasando por eso prefirió callar.- ahora llego a la pensión un hombre extraño que parece nadie reconocer- dijo la mujer- y vos lo conoces?- le pregunto dionisia- claro como no voy a conocer al hombre que te bautizo- dijo ella- acaso no me bautizo un cura?- pregunto- es que este hombre antes era cura- dijo y dionisia la miro extrañada, sin saber a que se refería- si como lo oyes, antes este hombre era cura nada mas que fue tentado por la carne y dejo de serlo- al escuchar a su madre dionisia se imagino ángeles oscuros cayendo entre los fuegos del infierno, - y como es que nadie lo reconoció?- pregunto ella mientras le daba un sorbo a su café- es que de eso hacen mas de quince años- respondió ella, no dijeron mas del tema y siguieron tomando en silencio hasta que dionisia sin mucho interés le pregunto- como se llama?- los ojos cansados de su madre se reavivaron- mateo- dijo y dos minutos después dionisia lo olvido. Llego la noche y su madre se recostó en su catre, mientras una vieja radio apenas se oía debido a que las pilas ya llevaban meses siendo usadas, la mujer dormitaba sobre las interferencias que le llegaban como zumbidos de zancudos.
Dionisia siguió tratando de concentrarse en el bordado, y descubría sin querer que sus manos se movían sin voluntad, mientras ella seguía repasando sus dulces recuerdos sus manos seguían un ritmo incomprensible para sus ojos, con los latidos de su corazón que parecían desbordarse de sus frenos. La mujer recostada la veía afanada en su tarea como nunca antes, y a su alrededor veía volar pequeñas chispas blancas que le hicieron comprender la razón de su desasosiego, la miro con ternura porque comprendió que su hija se estaba convirtiendo en una mujer, se durmió mirándola sin darse cuenta presa del cansancio.
Dionisia siguió sentada bordando en el pequeño comedor de madera, hasta que pronto sintió el frío como se colaba mas helado que nunca por las rendijas de las puertas y ventanas y la vela estaba a punto de terminarse, cuando dejo de bordar miro lo que había estado haciendo y sus ojos se abrieron de la sorpresa, su pulso acelerado la hizo buscar a toda prisa una vela nueva en la gaveta de una mesa, la prendió con la que se estaba acabando y entonces la habitación se ilumino un poco mas. Vio claramente el rostro del muchacho hecho de hilos cafés, azules y negros y estuvo a punto de desmayarse al volver a verlo, tomo el bordado y se lo llevo a su pecho por un momento y después fue y lo metió a un baúl que tenia junto a su cama. Miro a su madre dormida y se acostó en su cama temblando, maravillada por lo que acababa de ver. Dio vueltas por un momento hasta que se volvió a levantar y prendió otra vez la vela, saco el bordado del baúl y lo miro largamente suspirando, despues mas calmada lo volvió a guardar y apago la vela durmiéndose en seguida.
En la mañana la mujer se despertó y sin hacer el menor ruido abrió el baúl de dionisia para ver el bordado, entre sueños vio su figura adorar la imagen y estaba segura que allí estaba la razón de su cambio. Abrió despacio y allí estaba, salió hasta el halar para poder verlo en la poca claridad del alba, era un muchacho, por un momento comprendió todo, pero se quedo aturdida por la forma tan precisa y hermosa del bordado- por dios- exclamo- esta muchacha tiene un don- dijo con los ojos húmedos sin dejar de contemplarlo.
El color de los hilos aumento conforme la claridad se pronunciaba y ella dejo de mirarlo para ir a guardarlo otra vez al mismo lugar, con cuidado para que dionisia no se enterara que hurgo entre sus cosas. Puso agua para hervir mientras seguía pensando en lo mismo. Se sentó en el comedor y empezó a pelar una yucas para hervirlas. La vio dar vueltas en la cama hasta que dionisia se levantó y fue al baño sin decirle nada. Había amanecido mas frío pero ese día para ella fue distinto, ni siquiera sintió el dolor indescifrable de su pierna, pelaba las yucas lejos de todos sus dolores pasados porque en su pecho un hilo de esperanza renació esa mañana. Ella quería una vida diferente para su hija y en ese momento lo pensó mas que nunca.

Texto agregado el 26-05-2005, y leído por 215 visitantes. (0 votos)


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