Alguna vez existió un niño llamado Guillermo, el cual por razones familiares, cambiaba de colegio muy frecuentemente, y cada vez que llegaba a uno nuevo buscaba compañía, para no sentirse solo, con esta persona, compartía momentos agradables, quizás irrepetibles, pero, cuando se volvía a marchar del colegio, se olvidaba el uno del otro y no se volvían a contactar, posiblemente por pereza o por que no se entendían totalmente. Pero ésta vez Guillermo, en su colegio nuevo, busco a alguien, alguien con quién compartir su tiempo desaprovechado, buscó y buscó por muchos días, o tal vez semanas, hasta que encontró un amigo, pero éste era distinto, le inspiraba confianza enteramente, solo con verlo se dio cuenta de que el era igual que el, alguien muy solo, o tal vez algunas veces acompañado de varias personas, pero solo por interés, personas que se marchaban cuando obtenían lo que querían de él, personas que no valoraban lo que era una verdadera amistad, personas que no apreciaban lo que el sentía hacia ellas, personas que no sabían que herían sus sentimientos cada vez que se marchaban y lo dejaban tirado, vuelto nada, con sus sentimientos destrozados y tal vez con su corazón por el piso, éste niño se llamaba Juan, aquellos dos niños se desdoblaban totalmente uno al otro, al punto de contarse sus secretos más íntimos, los cuales no compartían ni siquiera con sus padres, ni siquiera con sus hermanos, se llegaron a conocer tanto, que cada uno podía sentir la presencia del otro a cien metros, o posiblemente más, se conocían mutuamente, quizás más que una madre a su hijo pequeño, se llegaron a entender tanto, que uno podía saber lo que el otro pensaba tan solo con mirarlo a los ojos, se apreciaban tanto, que no importaba lo que pasara continuaría su amistad, por encima de lo que fuera. Se graduaron juntos en el mismo año y en el mismo colegio, y solo por continuar su amistad, decidieron estudiar la misma carrera, una de interés mutuo, tal vez la que ejerces tú, o la que estudia él, o la que estudiaré yo, y por cosas del destino, conocieron a una mujer, tan linda como una noche estrellada con la luna llena tan grande y resplandeciente que se pueda ver desde cualquier lugar, así sea el más oscuro de la tierra, así sea el más impenetrable del mundo, aquella mujer se llamaba Sofía, era realmente bella físicamente, tanto que ellos quedaron maravillados y seducidos con su perfección, pero pactaron que solo uno la enamoraría y sería feliz con ella. Y así fue, Guillermo ganó el corazón de Sofía, y fueron novios por un largo tiempo, Guillermo llevaba detalles a Sofía todos los días, unos días llevaba flores, otros chocolates, pero un día, sin ninguna razón aparente, Sofía decidió serle infiel a Guillermo, y empezó a seducir aún más a Juan, el cual cedió totalmente hechizado a esta tentación, algún día, cuando Guillermo y Sofía cumplían un año de novios, Guillermo decidió no ir a estudiar, fue directamente al apartamento de Sofía para celebrar esta fecha tan especial para él, y también decidió llevarle el detalle mas grande desde su noviazgo, aparte del ramo de rosas y los chocolates, escribió un poema, en el que revelaba sus mas profundos sentimientos hacia ella, en el que hablaba de todo el amor que le profesaba, en el que invirtió dos días y una noche, en el que decía todo lo que el haría por ella. Pero cuando llego a aquel apartamento, no se abrió la puerta, por mucho que golpeaba y timbraba, de repente, recordó que ella le había dado un juego de llaves de su apartamento; entró en este y empezó a caminar por la alfombra que se dirigía hacia la sala, se sorprendió cuando la encontró dándose un beso apasionado con Juan, arrojó los chocolates y el ramo de flores en el piso, le arrojó el poema en la cara y con una o dos lagrimas en su cara, se marchó de aquel apartamento, cuando volvió a la universidad, aun cabizbajo, siguió su carrera universitaria afrontó la cruel realidad, habló con Juan y discutieron fuertemente, no volvieron a hablar, pero luego, quizás dos meses después se encontraron de nuevo, Juan le contó que Sofía se había marchado con otro hombre y que lo había dejado tirado, tal vez igual que sus antiguos compañeros de niño, vuelto nada, con sus sentimientos destrozados y con su corazón por el piso. Guillermo, con una dulce sonrisa le dio a Juan un abrazo, y con una lagrima en sus mejillas le dijo: “de nuevo, como cuando nos conocimos estamos en las mismas condiciones, solos y sin nadie en quien confiar, quiero que volvamos a empezar esta amistad y que ahora sí nada ni nadie la pueda separar”.
Moraleja: Una amistad verdadera es inquebrantable, y pase lo que pase un amigo verdadero siempre perdonará nuestros errores, así nos equivoquemos con el.
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