Cuerpo ardido
Mira estas manos mías
por las que corren ríos de miseria
que junto a ti se hicieron como flores
-desde mis dedos breves
que buscaban la cima de los verbos
tu presencia les daba tantos cantos,
tantas guitarras muertas recobraban las notas,
tantas leyendas vivas
venían a enredarse, y eran versos-.
Mira mis ojos, secos
de tanto manar secas cascadas y abismarse.
Mira el salto de agua de mi boca
o mi laguna ardida de la sal,
mis pechos como garzas,
ateridas de miedo, que te llaman,
te gritan, te suplican que lances
tu mano hacia mi cuerpo, lo despiertes de nuevo.
Yo soy la niña muerta que te dona el puñal
para que mates, rompas, asesines de un tajo
la muerte que la ocupa.
Yo soy el cieno amargo que se eleva
como una flor de duelo, agraz y húmeda
y abierta de rocío hacia tu carne.
Ciudad contra la lluvia
Levanto la tristeza de mis ojos.
Acá tienes, enhiesta, a la mujer
de vidrio herido y roto.
Por amor es ciudad, y eleva chimeneas
-versos que son gaviotas- por el aire.
Sabe que existe un hombre
que siembra sus cimientos y le traza
sus plazuelas y calles,
arrogantes, sus fuentes, y balcones.
Un arquitecto sordo de su carne.
Un dios cierto y menor,
como todos los dioses que perduran.
Él escucha los versos que le leo
Desnudo de ilusión se tumbaba en el lecho.
La triste prostituta del dolor lo poseía y, luego,
lo dejaba morir en lentísimas notas.
Abrí sólo una página, y un poema
le arrancó toda losa y el olvido
le devolvió las alas.
Yo pronuncio, desnuda:
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.
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