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Su rostro era todavía terso. Su mirada, lejos de estar perdida, conservaba un empuje fulminante, como mirando a un punto minúsculo, imperceptible para todos menos para ella, donde se hallaba concentrado todo el infinito. Su manos, claras, y sus dedos de medusa, conservaban una parsimonia que parecían detenerlas en el tiempo. Todo aquello observó el viudo antes de que el mundo, en forma de puerta de madera de roble barnizado, se precipitara sobre ella, para siempre. |
Texto agregado el 25-05-2005, y leído por 175
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