Solía pasar días enteros sentado frente a la regadera. La infima gota, que le robaba el aliento, pendía como hilo de cometa del cielo de metal de donde manaba la fuente.

Un día (o noche), perdió la razón.

Tras el espanto de su pecho, colgó la memoria de sus días en medio del mismo agujero oscuro que los encegueció. LUego de breves segundos de desconsuelo, dejó salir un grito de su garganta. Y se desmayó. María lo vió caer embelecida, quizá meditabunda, tras las cortinas de plástico. Sabía que no tardaría en reaccionar y que se levantaría decidido a afrontar su realidad.

Pero, los días fueron pasando. A veces lloraba y lo dejaba ser. Otras, simplemente se reía de él.

Entonces, a ella se le ocurrió pasearse desnuda por la casa, dejando escapar el olor de su sexo por las ventanas. Jorge no se inmutaba, parecía perdido en un tiempo que no era el nuestro y que sólo él entendía.

Tras un mes de cansancio, con la barba crecida hasta el pecho, movió los párpados y gritó "¡Eureka!". Pero nadie llegó a su encuentro.

La casa estaba sola y él dormido.