Penélope criolla
Aquella mañana de diciembre los punteros del reloj avanzaban más lentamente que los jugos gástricos de mi estómago. Sentada en mi asiento de costumbre, en la sección timbraje, sentía cómo crecía la tensión en el ambiente a medida que llegaba más y más gente, personas malhumoradas, acaloradas, apuradas e impacientes, que se ordenaban en una larga fila única frente a nosotros, los funcionarios, que nos escondíamos tras el mesón. Hice un esfuerzo por apurarme, recordando que debía mantener siempre la cabeza “gacha”, sin mirar al público, pues la experiencia me decía que cada vez que levantaba la vista, surgía entre la muchedumbre alguien conocido haciendo señas lastimeras o muecas de súplica pidiendo poder timbrar documentos sin hacer fila.
Pulsé el timbre llamando al “siguiente” y esperé.
Un” buenos días” dicho con voz grave y viril me obligó a mirar hacia arriba.
-Quiero timbrar facturas- dijo extendiendo hacia mí un montón de papeles
- Ese rostro me pareció conocido. Recibí los documentos sin dejar de mirar sus ojos verdes, verdes como el mar en el que este hombre y yo nos bañábamos juntos un verano, en un romance que no alcanzó a florecer ni a dar frutos. Desfilaron por mi mente diversas imágenes de mi adolescencia.
- Confirmé mis sospechas chequeando sus datos en el computador. ¡si, es él! Pensé alborotada.
- Segura de que también él me recordaría, ensayé la mejor de mis sonrisas para decir:
- -¿fueron a verificar su domicilio?
- - si, fueron el viernes pasado.
- Me di cuenta de que no me había reconocido ¡que desilusión!
- - tiene que ir al entrepiso para que le autoricen la verificación de domicilio, -dije tristemente, mientras inventaba algo para reanudar tan antigua relación. Se me ocurrió por fin una idea genial para entablar conversación y con voz trémula de emoción pregunté:
- -¿su mamá se llama Nelly Díaz, su papá Aquiles Benavides y es usted de la Serena?
- Frunciendo el ceño contesto –si……. ¿al entrepiso tengo que ir? Y dicho esto, se fue.
- Quedé pasmada, la vergüenza inundo mi cara y sobre todo, mis ardientes orejas. ¡que plancha! Mi antiguo “pinche” no se acordaba de mi. Seguí atendiendo público como autómata, repitiendo una y otra vez –“pase,… ¡!¿tiene su carné de identidad?....déme por favor el primero y el último talonario….
- De pronto, la verdad cayó sobre mí como un rayo. –ya no soy la misma de antes- me dije. Tenía que reconocer que mis 17 primaveras habían quedado muy lejos, pero también muchos sinsabores que fueron dejando demasiadas huellas. Además, los largos cabellos de color negro azulado que antes cubrían mi espalda, se habían transformado con el tiempo en una corta melenita oxigenada.
- El sonido estridente del teléfono que había a mi lado, me sacó por fin de mi tormento. Al contestar, escuché la conocida voz de una colega del RIAC.
- - hola, quiero saber si tú atendiste recién a un tipo alto, que en su época debe haber sido guapetón y que quiere timbrar facturas.
- -¿será uno de ojos verdes?
- -el mismo. No se qué hacer con él, le dije que esperara un momento.
- -¿qué pasó?
- - lo estaba atendiendo, cuando me comentó que estaba realmente muy sorprendido de que en el sistema computacional del servicio estuvieran registrados todos sus datos, incluyendo el nombre de su mamá, de su papá y su ciudad de origen, yo le respondí que no era así, que esos detalles no lo teníamos puso furioso, dijo que hacía mas de una semana que lo estábamos tramitando para timbrar y mas encima le tomábamos el pelo.¿estará loco?
- -si, debe estar loco. Yo iré ha hablar con él, he estudiado psicología –dije llena de pánico y abandonado mi asiento corrí hacia la escalera.
- Al subir, en cada escalón pensaba una excusa distinta, “permítame explicarle, señor”…..”disculpe, pero hay un mal entendido”…”mire, lo que pasa es lo siguiente”….
- Ya en el otro piso, caminé mas despacio, divisé a lo lejos al hombre, quien clavó en mí sus ojos muy abiertos, los cuales se fueron entrecerrando a medida que me iba acercando, como los de un león dispuesto a saltar sobre su presa. Las piernas me temblaban cuando se abalanzó sobre mí gritando:
- -¡chiquitita, eres tu! Aunque pasara un siglo reconocería tu manera de caminar.
- Nos abrazamos, sumergidos en un mar de contribuyentes que iban de un lado a otro y por unos instantes, los punteros del reloj retrocedieron muchos, muchos años.
- *de mi Amiga Norma urbina
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