Por las mañana el Señor S. se levanta temprano, hace gimnasia, se ducha , se entalca y al final, casi como un ritual, enjuaga y seca sus largos cabellos castaños, que le llegan a media espalda. Los recoge en una cola de caballo y sale a cumplir con sus tareas.
Al pasar por el boulevard, intenta, con una o con las dos manos, doblar cuanto poste, baranda o basurero con caños, encuentra en su camino.
Al llegar al final trata de pasar entre dos farolas muy juntas, a las que pretende separar, pero no lo logra y debe rodearlas.
Llega a su trabajo, allí, con disimulo, mueve muebles innecesariamente, y comprueba, con cierta satisfacción, que el fichero grande cede ante su esfuerzo y se desplaza algo más de un metro.
Terminada su jornada, vuelve a su casa, y al cruzar el boulevard repite sin éxito, el ritual de la mañana.
Desde tiempo atrás, averiguando el origen de su sonoro nombre, supo la historia de Sansón y su fuerza legendaria. El que hubiese separado las columnas del Templo con sólo el poder de sus brazo y sepultado a los filisteos, lo llenó de admiración y decidió emularlo, activando sus fuerzas dormidas.
Comenzó con ejercicios para desarrollar músculos, pesas, máquinas, vitaminas y suplementos dietarios y, por supuesto, se dejó crecer el pelo ya que el largo del mismo era clave; algún día se haría las siete trenzas, por el momento la cola de caballo estaba bien. La historia no especificaba cuán largo era, pero mirando las láminas decidió que hasta la cintura sería suficiente para llevar dignamente su nombre y realizar proezas que admirarían a las mujeres. En especial deseaba ser admirado por una que ¡Oh casualidad! Se llamaba Lila.
En su calenturienta imaginación, la veía vestida con tenues velos, reclinada entre almohadones de raso, mientras él, con el poder de sus dos manos, doblaba, quebraba y destruía cuanta baranda, columna o poste encontraba, en honor de ella, que lo miraba embelesada
¡Pobre Señor S.! Algunos días se desalienta. Su avance es lento. Cierto es que hace apenas un año y medio que inició lo que él llama “Gran Desafío”, pero hoy ha logrado correr el fichero unos noventa centímetros. Claro que luego lo regresó a su sitio, porque justo quedó atravesado en una puerta, y no quiere dar explicaciones.¡Bastante mal rato pasó cuando lo encontraron, colorado y sudoroso, tratando de doblar el pasamanos de la escalera! Claro que disimuló lo mejor que pudo, pero los compañeros lo miran con ojos raros.
Lila observa divertida al compañero de oficina que, de un tiempo a esta parte, se ha dejado crecer el cabello, y que cuando cree que nadie lo ve intenta correr muebles, que se le resisten con las patas firmemente ancladas al suelo.
¿Por qué me llamará Dalila? Le aclaré que mi nombre es Lila, pero no, no escucha.
Es un hombre agradable, pero raro – piensa- Pero ¿por qué aprieta la taza como si estuviera sacándole jugo?
A veces lo sorprendo mirándome como si me viera desnuda y me resulta extraño, pero es ¡tan correcto en sus modales!, a lo mejor son imaginaciones mías…
El Señor S. regresa a su casa por el parque en el que abundan elementos para doblar. No sin sorpresa, nota que ceden entre sus manos varios tubos metálicos de una pérgola.
Mira hacia arriba y comprueba que la estructura se balancea. Un perfume de triunfo lo embriaga. ¡Logró, al fin, concretar su “Gran Desafío”! La glorieta se bambolea más y más; el Señor S. mira a los lados, no hay guardias ni transeúntes, nadie lo ve, por lo tanto pude hacer un último intento con aquellos caños. Los toma con fuerza y el movimiento aumenta, el techo se mueve en precario equilibrio, algo asustado decide seguir su camino.
Ha dado unos quince pasos cuando a sus espaldas la maraña de hierros cae con estrépito, levantando una nube de polvo.
El Señor S. corre, corre como un loco, llega a su casa sin aliento pero feliz. Y decide que mañana será el DIA. Se declarará a Da….Lila, pero eso sí ¡qué no sueñe con cortarle el pelo!
En la oficina hay un gran movimiento, se concretó el traslado a un lugar más grande, y desde hace varios días están llevando archivos y vaciando los ficheros.
En el diario sale una noticia en primera plana con una foto ilustrativa, el encabezado dice: “Vándalos voltean antigua pérgola”, la noticia comenta que la obra hecha por Eiffel y donada al municipio iba a ser restaurada, ya que su base totalmente oxidada, hacía peligrar su estabilidad y que vándalos nocturnos la han destruído.
Con el periódico en la mano, el Señor S. mira sin ver a los changadores que levantan los muebles como si fueran plumas. Se deja caer en una silla y llora sobre las cenizas de su “Gran desafío” transformado ahora en “Gran fracaso”.
Lentamente busca en la gaveta de su escritorio unas tijeras, y mientras las lágrimas corren por sus mejillas, va hacia el baño y frente al espejo da el primer corte a su larga melena.
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