Para llegar a la escuela, Clara debía atravesar un largo trayecto de 2 Km. de cerrado bosque, además de un peligroso arroyo, que en esta época primaveral estaba mas profundo y caudaloso que en los meses de invierno, debido a los deshielos de la alta montaña.
Su madre había decidido llamarla así, ya que mientras estaba embarazada solía pasarse horas a la orilla de aquel arroyo deslumbrada por la claridad de sus aguas.
A menudo le contaba a Clara de esos días junto al arroyo, donde podía fácilmente contar las piedras del fondo, incluso le había hablado de una de ellas a la que siempre miraba especialmente, por el brillo que tenía, pero que nunca pudo animarse a sumergirse para sacarla y tenerla con ella.
Para trasponer el arroyo Clara caminaba sobre un tronco colocado especialmente para ese fin. A un metro de distancia del tronco una gruesa cuerda cruzaba el arroyo de lado a lado, que permitía aferrarse a ella mientras se caminaba lentamente sobre el tronco. Ella estaba acostumbrada a realizar ese camino, tenía 10 años y lo hacía desde los 6. En algunas oportunidades cruzaba sin tomarse de la cuerda y lo hacía con la seguridad y soltura propias de un malabarista de circo.
Aquel día en la escuela había transcurrido normalmente, Clara se sentaba en el anteúltimo banco del lado izquierdo de la sala, era introvertida, de ojos oscuros, pequeños y saltones. Le gustaba usar el cabello corto.
Cuando faltaba muy poco para que sonara la campana de salida, pensó en su madre, la imaginó preparando la merienda con la que la esperaría, le pareció sentir el aroma a chocolate que siempre sentía al entrar a su casa después de la escuela. La campana la sacó bruscamente de aquel pensamiento y se sintió angustiada.
Su madre era muy joven, Clara había nacido cuando ella tenía solo 17 años. También era de ojos pequeños aunque marrones. Padecía de una enfermedad crónica y congénita que le producía problemas respiratorios por los que en ocasiones tenía crisis que solamente cesaban mediante la rápida utilización de un medicamento comúnmente usado por los asmáticos.
El padre de Clara, un hombre también joven y robusto trabajaba todo el día en un aserradero, distante a varios kilómetros de su casa. Lo veía muy poco, ya que al regresar él del trabajo, casi siempre Clara estaba dormida. Y al día siguiente cuando ella despertaba el ya se había marchado.
Cuando Clara emprendió el camino hacia su casa comenzaba a lloviznar, el aire s había vuelto frío y húmedo. Aunque no encontró la razón, sintió que debía apurarse, corrió, se detuvo justo frente al tronco que atravesaba el arroyo, acomodó su mochila de lana, tejida por su madre y se preparó para cruzar. La lluvia que seguía cayendo había hecho que el tronco estuviera más húmedo y resbaladizo que otras veces y en fracción de segundos ocurrió lo que nunca antes. Clara resbaló, no tubo la fuerza suficiente para tomarse de la cuerda, calló pesadamente al agua, sus manos tocaron las piedras del fondo, sin saber porqué, tomó una de ellas y se dejó llevar por la corriente, sentía que se le congelaba la piel y pensó que moriría. Luego en un instante algo que parecía la mano de un adulto la tomó fuertemente del brazo y la arrastró a la orilla. Clara que estaba a punto de desvanecerse por el frío se incorporó lentamente pensando ver a quien la había sacado del agua. Miró hacia todos lados, buscó, paro nada ni nadie vio. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr hacia su casa. Mientras se acercaba a ella le resultó extraño no ver salir humo por la chimenea como siempre. Siguió corriendo. Llegó a la puerta, la abrió lentamente. No había olor a chocolate. Solo encontró silencio. Entró casi sollozando. Junto a la mesa yacía su madre en el suelo. Se acercó lentamente, la tocó, estaba fría como ella...Muerta. Clara se sentó a llorar a su lado, recordó su caída en el arroyo y la piedra que había tomado en el fondo, abrió su mano y la vio. La piedra, todavía mojada, brillaba intensamente.
|