Olvidarse de una mujer es como dejar el tabaco. Al principio te vuelves loco, sientes que se te va la vida de tanta desesperación. Es el síndrome de abstinencia que todos conocemos. Si te dedicas al deporte que más te gusta, te concentras sólo en él, piensas todo el día en canchas, bolas, patadas, raquetazos o cuadrangulares, a las dos semanas no existe ni cigarrillo ni chica. Es fácil.
Jacobo era escuchado por sus amigos con mucha atención. Para ellos, era el gurú en asuntos femeninos. Una especie de semi-dios. Hablaba con tanta convicción ese chico de ojos verdes siempre irritados, harto talento para la escritura y personalidad a ratos diabólica, que era respetado por todos los muchachitos de la cuadra.
Sí, olvidarse de una mujer es como dejar el tabaco. Así como superas el asunto del cigarrillo mascando un chicle durante horas, te consigues una tiernita nueva y santo remedio. A rey muerto, rey puesto. Es simple, no se armen dramas por eso. Además, la carne fresca siempre tiene su encanto, así como las escobas recién compradas.
Con los ojos y la boca bien abiertos, los cinco miembros de la banda de la que Jacobo era jefe, soltaban al azar sonidos de admiración. A coro, en estereo, enalteciendo aún más el ego enfermizo de ese chico flaco en extremo, que había ganado un par de concursos literarios. Jacobo había nacido para ser escritor. Sus textos, sus ataques y sus repentinos desvaríos lo gritaban a diario.
Fíjense en mi caso. Yo daba mi vida por Carolina. Era la mujer de mis sueños. Estuvimos a punto de casarnos ¿Recuerdan? Bueno, ella decidió regresarse a Caracas. Claro, allá tenía a sus amigos, familia, casa, hogar, trabajo y hasta perro ¿Y Jacobo? ¡Que se joda no más! ¡Pues que se joda ella carajo! Y de inmediato, los alaridos autómatas de sus compañeros vitoreando a su héroe.
Entre aclamación y aclamación, Jacobo se pasaba la mano por el cabello, siempre despeinado, señalaba con el dedo a alguna chica que pasaba a lo lejos, volteando con cierta curiosidad. Revisaba su teléfono celular para verificar hora o llamadas recibidas. Claro, eso entonaba a la perfección con su imagen de galán irresistible.
No les voy a mentir, a ratos sentía que me desmoronaba. Ella era mi alma gemela, nunca antes me había sentido tan libre como cuando estaba con ella, era divertida, me comprendía, era generosa. En fin, conocen de sobra todos sus atributos, no es la primera vez que tocamos el tema.
En realidad, Jacobo sólo podía hablar de Carolina, de la mala suerte que tuvo con ella, de su injusta partida a otras latitudes, de su cambio radical como mujer cálida y desinteresada a ejecutiva ministerial. Sus amigos, obviamente, no se atrevían a emitir opinión al respecto, aunque estaban verdes ya de tanto tocar el mismo tema. Pero si era por el bien del jefe, cualquiera sería capaz de amolarse en pro de su buena vibra.
Eso le pasa a uno cuando se enamora, pero tampoco es nada del otro mundo. Otro consejo que deben anotar, porque es muy importante, es pensar únicamente en sus defectos. Por ejemplo, Carolina no es más que una regordeta pulgosa. Tiene como 30 libras de más y siempre se anda rascando alguna parte del cuerpo ¡De lo que me salvé! Sería ahora un pobre diablo repleto de pulgas chupándome la sangre. Me hizo un favor borrándose del mapa.
La pandilla comenzaba a guardar silencio. Cada uno por su cuenta, recordaba algún corto capítulo del Jacobo sufriendo por aquella mujer ingrata. Raúl pensaba en esa borrachera descomunal a las orillas del Parque La Carolina, un domingo a media noche. Diego, por el contrario, las cientos de conversaciones telefónicas en plena madrugada de un Jacobo derrumbado y contagiado de insomnio. Ernesto, de tantas veces que tuvo que sacar a Jacobo de la cama a rastras, para poder ir a clases, ya cuando pasaba el límite de perder el año por ausencias injustificadas.
Juan, el más discreto de todos, pensaba no más en las innumerables y silenciosas maldiciones que Jacobo lanzaba al aire, con la mirada hacia el horizonte. Adalberto, quien cumplía con el papel del “tonto del grupo”, recordaba con orgullo cada noche en la que espió a Carolina, para hacerle un informe detallado a su jefe de todo lo que hacía la chica cuando se quedaba en casa.
Total que la perra esa me llamó hace unos días. Atendí a ciegas, pero cuando supe que era ella, la corté de inmediato. Claro, antes me aseguré de hacerle entender lo bien que me encuentro ahora, lo feliz que estoy sin ella y lo rápido que la olvidé. Esa peruanita me sacó la espina en un santiamén. Pobre chica, la traté un poco mal, pero de que fue buen clavo y buen polvo, lo fue.
Jefe, yo no más no entiendo. La peruanita siguió llamándolo y todo, una vez que me la encontré, sólo me hablaba de lo bueno y galante que había sido usté con ella y que por eso quería seguir saliendo con usté porque dizque era el hombre más tierno del mundo. Pero que lo único que no le gustó fue que la llamara Carolina, porque la peruanita no se llama Carolina sino María Carolina. Y bueno, pues, usté sabe que a ella le gusta más el María por eso de nuestra virgencita. Supuestamente ella lo corrigió a usté muchas veces con el asunto de Carolina pero que no le hizo caso hasta que se hartó y la echó del cuarto de la empleada como a un perro callejero hasta que sus papás se despertaron y salieron por el escándalo de la muchacha y usté entonces…
¡Cállate Adalberto o te muelo a patadas! No sé de dónde sacas eso. Además, la Carolina, María Carolina, Carolina María o como putas se llame esa longa tarada, no sé de dónde sacó eso. Son puros cuentos, pero tú eres tan bruto Adalberto…
Bueno Jefe, no es una locura así gigante, como quien dice. Porque anoche usté agarró una de esas borracheras descomunales y se puso a llorar como un guagua por Carolina y se daba de golpes en la cabezota preguntándose por qué lo había dejado, por qué se había ido a Caracas, por qué…
¡Ajá Raúl! Y luego me vienes con el cuento de que eres el más fiel del grupo ¿Eh? Yo sabía que no eras más que un traidor…
… traidor no jefecito, es que cuando usté no está nosotros hablamos y nos damos cuenta que todavía está enamorado hasta las patas de la muchacha aquella y bueno, nos preocupa que trate de meterse usté mismo ese cuento de que las chicas son como un tabaco y no sé qué más otras pavadas ahí. Pues, entonces no más nos preocupamos por usté y es por eso…
Ernesto salió a la defensa de los primeros caídos. Se le sumó Diego, luego Juan decidió romper el silencio. Se levantó desafiante, cabeza semi inclinada hacia atrás y hacia la izquierda, tono medio “tumbao” muy caribeño, eso sí, enlatado, de imitación. Comenzó a sondear la mano derecha como una bandera y avanzaba sin pensarlo mucho hacia el que se estaba convirtiendo en ex jefe.
Bueno mi Jacobino, creo que es hora de que dejes los cuentos y te vayas buscando la lustre para mis zapatos ¿No? Esto de tus teorías inservibles sobre las mujeres me tiene podrido. Así que si no quieres cambiar tu asquerosa dentadura por la suela de mis pisos, cierra el pico y agáchate… las reglas son las reglas…
Y Jacobo comenzó el ritual que él mismo había inventado hace unos años para Adalberto y que según el manual estaba incluido en el capítulo: “Iniciación para tontos”. |