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La Estación

Se hacía tarde ya, el tren del mundo seguía su curso al infinito. El atardecer la sorprendió en una estación lejana, estacionada en las vías de su vida. Pero era tarde ya... no había qué hacer. El próximo tren, según el horario común, casi jamás llegaría. El sol se ocultó rápidamente tras el horizonte, como escapando de lo inminente, de la noche amenazante, joven, atrevida y rápida en esa hora. Ganó la luna la pulseada del día y sólo una tibia, casi tímida luz blanca gobernó su vida esa noche. Sí, la noche la poseía y como toda persona en penumbras u oscuridad se sentía... estaba perdida. En una estación... sola... la noche avanzaba. Un ser espectral sin rostro y sin cuerpo le dijo que comenzaba la parte difícil de la noche. Sus palabras siguieron de largo como persiguiendo los escasos segundos de silencio que separaron la última palabra de ese ser, de ese pensamiento, hasta la primera palabra que se dijo:
-Nadie va a descubrir mi piel soleada como alguna vez yo misma la ví. La noche apaga todo lo que soy y prometo jamás volver a sacar mi corazón al sol... porque ya no habrá más soles para mí.
El convencimiento era grande a esa hora. Los minutos cargados de segundos llenaron horas hasta rebalzarlas y comenzar las nuevas cargas cada sesenta espacios. Era fuerte la luz de la luna que pintaba su cara fantasmal de medianoche. Nadie más que ella había perdido el tren. Nadie más que ella llegó tarde a esa estación. Sólo ella vengaría con su propio sacrificio la huida drástica de la locomotora insensible del tiempo. Una lágrima y otra más brotaban como perladas desde sus ojos acariciándole las mejillas... brillando aún más por los juguetones rayos lunares, para luego evaporarse tras un fuerte trago de emociones cuando se acababa de rebalzar otra hora más. Así se hicieron las cuatro, cuando a las mariposas y seres de la noche les hacía ver su asimilación de la noche. Poco a poco se fue quedando dormida... cada minuto, cada segundo más profundamente. A las cinco y media dejó de respirar.
En ese instante un fulguroso rayo de luz de primera hora la hizo renacer. Volvía en ese momento a respirar. Volvía en ese momento a abrir sus ojos y a brillar radiante junto al sol. Otra larga noche había pasado. Una vez más sonreía lacrimosa a la luz de quien nos da una y otra vez la vida. Lacrimosa esta vez al ver a lo lejos la estela de humo que dejaba una nueva locomotora. Más nueva esta, distinta, a la altura del nuevo día... a su altura.
Decidió esta vez no olvidar la tristeza nocturna... decidió no olvidar que los trenes se pueden perder una y otra vez... pero que siempre el sol vuelve a brillar en lo alto. Decidió también ese día no olvidar que la próxima noche que la encontrase semidesnuda en el medio de la nada, ardería como el sol siendo esa próxima vez, ella misma, su propio sol.
Sonrió a los primeros rayos de la mañana y feliz viajó sin destino por las vías de su nuevo día... su nueva vida.

Leonardo Reynoso

Texto agregado el 24-05-2005, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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