Sólo me bastó ver sus ojos para recordar la tarde en la que nos conocimos y los momentos que viví con ella.
Inicio del crepúsculo, una extraña chica parada frente a mí, una linda sonrisa, un saludo nervioso; una insinuación, tal vez. Ese fue el primer encuentro.
Días después ¡Feliz cumpleaños!, tierno abrazo; manos apretadas con disimulo, mensajes provocadores. “Te invito a almorzar”, paseo por el parque, miradas desconfiadas, un helado de chocolate.
- Es mi sabor favorito.
- Que coincidencia el mío también.
Caminamos y hablamos todo ese sábado, noche, muy noche, labios unidos.
Semanas después un “te quiero” fugaz entre las sábanas sudadas. Pasión desbordada, lenguas estrujadas, cuerpos siempre sedientos, corazón a mil.
¿Tienes hambre?
- Sí
Anticuchitos y mollejita frita, almuerzo universitario. Cine oscuro manos traviesas, hoteles baratos, rutina periódica.
Dolor, sufrimiento, pecho cubierto de lágrimas ¿qué hacemos? No lo sé. Mala elección. Sangre y resignación.
Meses después, miradas, perdones mutuos. “Te amo”, dijo, y respondí lo mismo por reflejo, dije tanto esa frase que se volvió real. Viví junto a ella, días de miel y Luna.
Años después se despertó mal humorada y dejo de amarme, “ya no te amo”, dijo, y respondí lo mismo por reflejo.
Hace mucho que no sé de ella. Dicen que los ojos no envejecen, pero los de ella eran ancianos, yo pasé de frente, ella hizo lo mismo y mientras me alejaba, sin mirar atrás, me repetía a mí mismo “esta historia ya acabó”.
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