LA MUERTE
No tardo mucho en encontrarme. No habían pasado milésimas de segundo, ya estaba enfrente de mí. La saludé con una sonrisa y nos sentamos. Le ofrecí una cheve. Traía su capa negra y su guadaña. En el aire se respiraba un aroma grato, lleno de paz y tranquilidad. El frío congelaba el cuerpo.
—¿Cuál es tu nombre?
—Ya lo sabes —contestó con una sonrisa—.
—¿Así, a secas?
—Sí.
—¿Ahora a qué te dedicas?
—A lo mismo de siempre, ya sabes. Por la mañana trabajo aquí, más tarde por allá, y lo que sobra más allá, por aquellos rumbos.
—¿Descansas algún día?
—No, no hay tiempo —Me miro fijamente mientras se terminaba la cerveza—.
—¿Deseas comer?
—No, gracias.
—¿Todo lo haces sola?
—No, me ayudan mis primas las Parcas, yo solo vengo por ustedes.
—¿Quiénes son ellas?
—Las que presiden tu destino.
—¿Qué hacen?
—Pues, mira: Cloto, que se encarga de tu nacimiento y borda tu destino en la rueca; Láquesis, hila los aconteceres de la existencia y Átropos, que con unas tijeras corta el hilo de la vida. Como ves, yo, sólo cumplo con mi deber.
—Que bien ¿Gustas otra cerveza?
—No, gracias. Me tengo que ir a trabajar —fue lo que dijo, mientras estrechaba mi mano y, se alejaba.
—¿Entonces cuándo? —le alcance a gritar—.
—Hoy no. Despreocúpate. Vive tranquilo. Todavía te queda mucho... Después vendré a tomar otro trago contigo. |