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MALA GENTE

Grandes ojos disimuladores de pretensiones lóbregas y poderosas, siempre con actitudes patológicamente envidiosas y aderezadas con sonidos entrecortados de voces ásperas. Caminan por el centro de la calle, cabizbajos siempre, con las manos bien posicionadas en sus sucias gabardinas desteñidas de modas ancestrales. Suelen tener amistades ficticias que renuevan con facilidad y con una descomunal amnesia que les evita cualquier tipo de remordimiento. Sólo tratan con ejemplares humanos de los que pueden sacar partido -para así rodearse de una avariciosa abundancia placentera que los encumbra a un universo propio-, donde los falsos elogios forman parte de su forzado vocabulario luciferino de captación de nuevos especimenes de los que alimentarse -sus nuevos juguetes de ocio y entretenimiento-.
Ayer estuve con Cristóbal jugando a una larga partida de tetris en su destartalada consola de segunda mano tan envuelta en pegajosa cinta aislante. Mientras profesábamos un perfecto amor hacía cada una de las partidas –perdidas o ganadas-, hablábamos de mi nueva conquista : una preciosa sueca de metro ochenta y dos, con buenos melones delanteros, y perfectos glúteos traseros. La conocí en la escuela de idiomas, me había apuntado a clases de francés -las únicas en las que me admitieron-, y se sentaba dos pupitres hacia atrás, en el pasillo de la izquierda frente a la ventana -donde mejor sabía latir el sol-.
Se paseaba por la cafetería con un tocho de libro escrito por algún francés gilipollas que había creado el movimiento simbolista, qué sé yo de quién se trataba cuando ni siquiera sabía pronunciar crayon –lápiz en francés-,quedándome siempre atascado entre la r y la y . Pues bien, una tarde me abalancé como una peonza vieja encima de su cuello –con la excusa de un fortuito tropezón- que acabo en un excusez-moi y una bofetada (palma abierta) en plena cara.
Pero lejos de abatirme volví a preparar mi siguiente atentado suicida sobre la primera mujer que despertaba mi sexualidad. Antes tenía bastante con los futbolines, el parchís, el cine de acción (Jackie Chan sobretodo),y los escandalosos partidos de baloncesto los domingos por la mañana.
Sus ojos disparaban proyectiles cada vez que buscaba una pupilas extrañas, tenía una de esas fuerzas extrañas en su mirada que infundían un temor indescriptible. Era insultantemente atractiva, egoístamente erótica, y descaradamente sexy. Creo, sin conocerla, que algo tan hermoso no podía ser del todo perfecto; y es que pensaba reiteradamente que debía esconder algo realmente terrible tras ese admirable aspecto de reina de la fiesta.
Cristóbal me aconsejó que lidiase en otra plaza, que el animal era demasiado para mí. Frente a una mujer de tal magnitud sólo existe el camino de bajada.
Intentaba olvidarme de ella cada noche, pero el éxito me abandonaba y yo seguía sintiendo escozor en la entrepierna.
Una tarde, después de una pesada clase sobre Passé Composé, la seguí hasta unos apartamentos de obra vista donde entró. Estuve en la calle pelándome de frío durante cuarenta y cinco minutos, no creo que Colombo lo pudiese pasar tan mal como yo aquel asqueroso día –con más niebla que en un concierto de Aerosmith-.
Finalmente me fui a casa antes de que se me congelasen las nalgas. Al llegar, mi vieja me había preparado una consistente y equilibrada merienda que consistía en un bollycao , unos donettes nevados –sin duda los mejores-, y un gran vaso de cacaolat ardiendo. Mi crecimiento era a lo ancho y no a lo largo, y todo debido a las brutales sesiones alimenticias a las que me sometía mi buena madre. El tejido adiposo, que ya se había apoderado de mi tórax –produciéndome tetitas- y abdomen, empezaba a ensanchar mi cara formando en mí un aspecto mantecoso de descarada semejanza gorrina. No resulta extraño que con la sueca lo tuviese más difícil que El Fary haciendo una gira con Jamiroquai.
Sentía que Dios estaba en mi contra y que las fuerzas de la naturaleza no actuaban en mi beneficio. Cristóbal se mofaba de mis intenciones y mi madre –en vez de escucharme- se limitaba a cebarme con los productos más grasientos del supermercado. Soñaba que cuando fuese mayor no volvería a pasar por una situación de impotencia similar.
Acabé mis estudios de económicas con matricula de honor en ESADE, realicé un master en Garrigues & Andersen, y machaque mi cuerpo en duras sesiones de fitness lo cual me proclamó como un prometedor ejemplar masculino de excelentes cualidades.
Tenía todas las mujeres del mundo, excepto a aquella muchacha nórdica que enturbió mis estudios de idiomas –jamás aprendí a hablar francés- y me dejó traumatizado para el resto de mi vida. El tiempo, como ejecutor que es, me ha demostrado que las personas siempre cambian y que los cambios los dirigimos siempre nosotros, según nuestros intereses.
Ahora me puedo acostar con cualquier tipo de hembra estúpida y hostil, pero no la tengo a ella.
Ayer conocí una gordita maravillosa que me hizo reír durante horas, era estupendo poder verla feliz, con sus pupilas brillantes y encandiladoras. Me doy cuenta de que es una gran persona –aunque el físico no la acompañe- y la bondad es lo único verdaderamente necesario para ser feliz en este mundo de mala gente.


Texto agregado el 23-05-2005, y leído por 190 visitantes. (0 votos)


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