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Seré lo que tu prefieras

Los indigentes tienen millones de historias interesantes para explicar, y es que la calle es la mejor escuela para estos cuenta cuentos aventajados. Pero, Tomás Braulio Antúnez era muy diferente a todos los otros que vivían vagabundeando en las sucias calles del gótico barcelonés. Sus amigos lo llamaban Tobías, y lo respetan porque nunca hablaba más de la cuenta; la verdad es que no decía ni pío, y eso en la calle se sabe agradecer.
Tobías era un guapo descuidado que aún conservaba su atractivo de esos ojos azules brillantes aunque cansados. Debía tener alrededor de los cuarenta años, y por lo menos llevaba cinco viviendo en la calle. Antes trabajó de camarero, policía nacional, guardia jurado, y agente inmobiliario para una franquicia italiana. Lo acusaron de haber cobrado unas comisiones altísimas, que nunca declaró, por la venta de unos terrenos en Sant Cugat del Vallés.
Acabó arruinado después de hacer frente a los gastos del juicio y pagarle a la Administración la multa exigida. Tuvo que hipotecar su lujoso chalet de Vallcarca por segunda vez, y su mujer e hijos lo abandonaron. El banco, por recibos impagados, lo echó de su propia casa.
Pasó de la cima de la montaña a una minúscula ladera cerca de un lago de agua sucia, es decir en la puta calle rodeado de gérmenes y cloacas con olor profundo a heces.
Empeñó su anillo de casado para pegarse su última gran comida en el conocido restaurante Botafumeiro. Su mujer lo había denunciado, sin piedad, por no pagar la pensión de sus hijos Pancho y Estibaliz.
En la actualidad, Tobías, disfrutaba sólo de la compañía de un pulgoso bullterrier que encontró medio muerto en un cruce de dos famosas calles del Ensanche. Le puso de nombre Consuelo, en honor a su mujer.
Tobías y Consuelo (la perra, para distinguirla de la persona)mantenían largas charlas sin sentido sobre la incapacidad de aceptar los fracasos que tienen los hombres. Nunca llegaban a ninguna conclusión, y Tobías acababa dándole a su can un mendrugo de pan. Ese padecimiento vital se volvía divertido cuando Tobías se encontraba con otros mendigos de la comunidad catalana, se saludaban efusivamente para luego compartir botellas de tinto barato comprado a granel en una bodega del barrio del Born.
En una de las reuniones surgió la idea de ocupar una casa, se trataba de un antiguo cine situado en Horta y que siempre había proyectado interesantes sesiones dobles a quinientas cincuenta pesetas. Muchos viejos asistían con la única finalidad de dormir cuatro horas seguidas en una de esas mugrientas, pero cómodas, butacas granates.
El Eulogio hablaba del mítico día que proyectaban Los cañones de Navarone y Dos mulas y una mujer. Fue una tarde que asistió con una mulatita que se trajo en uno de sus innumerables viajes a Cuba, la chica se llamaba Arausi; se trata del nombre de una princesa inca.
El Eulogio y la Arausi no se perdían ni una sola sesión. Por aquel entonces, él tenía una buena posición económica debido a un próspero comercio de embutidos importados de Gijón, su patria natal.
Le pasó lo típico que le puede ocurrir a cualquier hombre baboso. Enseguida metió a Arausi de dependienta de la tienda, y las clientas más antiguas se asustaban al ver a ese cacho de follable hembra negra y se marchaban a todo gas. Poco a poco fueron perdieron clientes, sólo se sustentaban de vender panceta a unos albañiles que trabajaban en la obra de al lado y que seguían el perfume de la hembra caribeña en celo. Un día, el Eulogio, se encontró a Arausi en el frigorífico fornicando con uno de los paletas hambrientos de carne.
La depresión pudo con él, y después de venderlo todo se quedó en la puta calle, siempre decía la misma frase: Cómo pille a la negra la mato.
El Eulogio se peinaba a lo Gregory Peck, y es más, le gustaban que le llamasen Greg.
Greg y Tobías se habían hecho uña y carne, y aunque nunca hablaban, parecían entenderse sin la necesidad de pronunciar un fonema. Su amistad eran tan grande que compartían las colillas que juntaban entre los dos para fumárselas en la Plaza del Pino. Mantenían un idilio perfecto, y es que dos hombres solos siempre comparten más que cualquier pareja heterosexual llena de conflictos e intereses.
Jamás tenían que fingir sus ilusiones ni objetivos en la vida, puesto que carecían de cualquier tipo de esperanza. Sabían que sólo la muerte podía proporcionarles un perfecto placer, aunque no se esforzaban por desaparecer. No sabían que hacer si sus vidas eran así, tampoco ocultaban ninguna clase de malévolo rencor. Para ellos era todo un olvido en el que mandaban ellos. No tenían distancias en sus distanciadas aproximaciones fraternales, sabían que no poseían nada y eso era su virtud más grande.

El cielo los miraba con envidia desde lo más alto, dos seres libres desinteresados por todo lo que les rodeaba. Sus vidas no valían nada aunque era lo único que tenían y eso les hacía valorar cada trozo de pan, cada calada de colilla, cada trago del peor tintorro del Priorato, y cada par de zapatos rotos que dejaban huellas amargas y ligeramente separadas.
Pancho, el hijo de Tobías, se acercaba de vez en cuando a la plaza donde descansaba su padre. Siempre le traía una bolsa con alimentos de todo tipo y alguna botellita de Rioja que era de agradecer. Nunca hablaban de nada, pero se miraban con profundidad y afecto. Pancho era uno de esos Universitarios prudentes comprometidos con infinidad de causas sociales. Había invitado a su padre a salir de la calle, pero Tobías nunca acepto su ayuda. De pequeño siempre le enseñó a su hijo el valor de la autosuficiencia, y de ningún modo podía incurrir en tan grave error.
Un día Pancho le regaló una foto, tamaño carné, posando para la orla de la promoción universitaria a la que pertenecía. Pero Tobías notó que su hijo era una persona privada de una sonrisa, una joven llama apagada por las trágicas circunstancias familiares. Se daba cuenta de la vergüenza que sentía su hijo al tener un padre vagabundeando por la ciudad.
Consuelo (la mujer, para distinguirla de la perra) y Estibaliz vivían en Pedralbes con la nueva pareja de la madre, un tal Fabio Morales, un prestigioso abogado especializado en auditorias de gestión medioambiental, algo muy de moda en época de calentamiento global.
Fabio mantenía a dos mujeres superficiales incapaces de decir te quiero, y cuyo único fin era consumir ropas caras y potingues faciales hechos con gran cantidad de fetos de bebés. Hay seres humanos que sirven para muy poco, y esas dos arpías habían logrado sacarle la pasta a un desgraciado gordo canoso licenciado en una de esas pobladas Facultades peninsulares.
Existen millones de historias como estas que sirven, sobretodo, para poner de manifiesto el poder destructivo del dinero en cualquier familia. Realmente no puede haber un sentimiento puro en una sociedad tan dedicada, con exclusividad, a vivir para consumir productos que siempre se pueden reemplazar por otros mucho mejores. Puedes ser lo qué tu prefieras pero sin dejar de ser una máquina infeliz con clara dependencia hacia todo lo material. Somos víctimas del poder mediático que nos impulsa subliminalmente a comprar cualquier imbecilidad, me doy cuenta que soy tonto de nacimiento e idiota de crecimiento.
Tanto esfuerzo en vano, luego nos vamos sin hacer nada realmente valioso para nuestras almas. De todas formas, sé que si empezase de nuevo volvería a hacer lo mismo : malgastar una vida. ¿Qué es una vida entre tantas?, posiblemente os creáis mejor que el resto pero no dejéis de observar detenidamente vuestra existencia, y si es necesario corregidla para llegar a ser lo que prefiráis. Tobías y Greg estaban contentos porque se habían liberado, y porque por primera vez sabían lo que querían ser en la vida: simplemente mendigos.
Pancho se casó con su novia hasta que un día fueron a visitar a Tobías, al día siguiente ella le pidió el divorcio. Pancho acabó en Honduras por mediación de una ONG para colaborar con los niños amputados por las minas antipersona fabricadas en España.
Estibaliz terminó en una clínica para anoréxicas, y su madre Consuelo(la persona, esta vez tampoco es la perra) en un Centro de Rehabilitación para Alcohólicos y Toxicómanos.
Greg y Tobías caminaban felizmente por las calles, y algunas veces miraban hacia una estrella para agradecerle la libertad que les había otorgado. Si creéis que no sois libres, dejad todo lo que estéis haciendo y, sencillamente, sed libres y despojaos de toda carga.
El cine de Horta nunca fue ocupado, pero a veces paso con mi coche de segunda mano y miro todas las ventanas. Ayer noche vi dos sombras que bien podían ser las de Tobías y Greg , y eso hizo que me plantease la similitud de cualquier sombra; y es que verdaderamente somos tan iguales y a la vez tan distintos; y nuestras diferencias las marcan nuestras posesiones, pero y sí no poseemos nada, entonces no somos nadie.

Óscar Valderrama Cánovas

Texto agregado el 23-05-2005, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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