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“Llego tarde”. Semáforo rojo. “¡Llego tarde!” Rojo otra vez. No era mi día.
23 horas, 15 minutos. Silencio. Luna llena. Semáforo rojo. La puta madre!
-Apuráte, dale! No ves que la luz está verde? -Quién dijo eso? Fui yo? Me acordé entonces que Clara estaba sentada al lado mío. No me acordaba porque la había pasado a buscar ni porque había aceptado conocer su casa, pero para qué preocuparse? Ya estaba ahí. 23 horas, 25 minutos. 23 toneladas de colectivos en mi oreja. 23 toneladas de Clara y sus gritos en mi cabeza. Llegamos me dijo. Estas segura?, pregunté. Creo que me dijo que sí. No la escuché. Hacía años que no la escuchaba. Frené, bajamos juntos y aparecimos en la cocina. Mis ojos no parpadeaban, la luna llena había secuestrado la ventana y me acordé entonces que si estaba llegando tarde a algún lado era justamente a este, donde hay un cautivo, yo. Me agarraron de la mano y subimos las escaleras. Nunca había notado lo fría que tenía Clara las manos. 23 escalones. Tirado en la cama. Me habrá tirado ella porque como de acá no veo la luna nunca intentaría alejarme. Supongo que habremos hecho el amor. No estoy seguro, de muy pocas cosas lo estoy. Me acerco a la ventana. Desde acá si me puede alumbrar. Giré un instante y ella estaba en la cama creyendo amarme, creyendo poseerme. Siempre creyó lo mismo. Yo no soy de nadie. Su mirada ya me estaba perturbando. “Traéme un whisky”, eso si estoy seguro de haber dicho. Un whisky le pedí. Bajó. Ahora sí quedamos solos, ella y yo. Trayecto al baño: 12 pasos. Hubiese sido terrible alejarme más. Me arriesgué a tocar los 2 millones de microbios del picaporte y finalmente abrí la puerta…
Silencio. Completa oscuridad. Más silencio. ¿Se podrá más? Sentía que no me debía desesperar. Respiro. No veía nada. ¿A dónde mierda estaré? No a la desesperación. No hoy. Le grité a Clara. No hubo respuestas. Como puede ser que cuando por fin la necesito no me responde! ¿Dónde está? ¿Quién se llevó la luna? ¿Quién me la sacó? Habían desaparecido todos. Creo que yo también. ¿Se habrá cortado la luz? Seguro, pero, ¿Clara? ¿Mi luna? ¿Dónde mierda estaban las 15 líneas de colectivos que siempre te ensordecen cuando querés escuchar algo? ¿Dónde?
“Tengo que bajar”, fue lo primero que pensé. Tenía que salir de esta casa y ver si seguía afuera. Supuse que la cama debía de estar a la derecha y que los 23 vencidos escalones me esperaban por ahí. Supuse. Supongo Ya no creo en nada desde que el oxígeno me asfixia. En nada. 3 pasos. Golpe. Golpe. Golpe. Camino correcto. Tanto dolor que creí estar yendo bien. ¿Será así la naturaleza? ¿Será que hoy todos los semáforos se complotaron en rojo por mí?
3 pasos más, me agaché para no marearme. Manos en el suelo. Me arrastré. ¿Quién carajo habrá construido este piso? Pura astillas. Me arrastré. Como siempre. ¿Para qué tendría que haber dejado de hacerlo si cada vez estoy más seguro que lo que siento son puros fermentos de conjeturas propias? ¿Qué más da? Fui avanzando despacio, muy despacio, demasiado. Sé que es una aberración decir que no tenía miedo, pero no lo tenía, ya exhalaba muerte.
Escalón por escalón, suspiro por suspiro. Hubiese sido menos siniestro haber rodado por las escaleras porque esa eternidad que me estaba mirando me estaba haciendo más mortal, cada vez más. Mis manos estaban rozando las paredes, intentando encontrar alguna lámpara para frotar, buscando sueños, sueños de olvido. Todo había desaparecido. Todo esta desapareciendo.
Me senté entonces al costado de la puerta. No me animé a abrirla, no puedo. Qué pasaría si la abro y veo que no está, que abandonó el cielo, que me dejó solo? Prefiero esperar, esperar a que ella decida volver a darme otro whisky.

Texto agregado el 23-05-2005, y leído por 134 visitantes. (0 votos)


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