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Sus piernas trémulas se cruzaron, mientras fumaba un cigarrillo que portaba en su mano derecha, él la observaba, fingiendo indiferencia ante la cadencia de su cuerpo; la miraba fijo a los ojos, evitando caer en la trampa de la excitación. Preguntas fustigantes eran respondidas con parcas palabras por la deidad con tetas.
Un silencio penetrante se tomó la habitación cuando la dama abrió las piernas sin pudor, retando la virilidad de su juez (nada cubría su intimidad.)
Todas las preguntas fueron resueltas entonces, y detrás del espejo los privilegiados (y excitados) espectadores concluyeron unánimemente: que era culpable de ser perfecta.
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Texto agregado el 23-05-2005, y leído por 297
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