Me miraba frente al espejo, maquillando alguna de mis imperfecciones producto de las pocas horas de sueño, pintaba mi boca con el labial más rojo que encontraba.
Y así resaltaba con colores mis facciones, pero no podía maquillarme una sonrisa…
Las palabras de él sonaban en mi cabeza como quien quiebra un cristal…
Aún podía sentir la frialdad de su voz, sus ojos apunto de explotar en lágrimas, acto que disimulo bajo unas tajantes palabras de despedida.
-¡En cinco minutos más sales al escenario!.-
Exhale, tratando de calmar mis turbados pensamientos.
Me pare de la silla, levante el mentón y camine en dirección al escenario.
Y ahí estaba otra noche más, frente a esas personas que desean oír mi voz para que sea la perfecta atmósfera a sus veladas románticas, o acompañen sus solitarias noches.
Mi rostro es víctima de las luces, acerco mi boca al micrófono tomo aire y la melodía brota de mi garganta jugando con el susurro del piano y viajando por las cuerdas vibrantes de los violines.
Aquella música que hace que mis pies parecieran elevarse, que mi alma saliera de mi cuerpo y también sentir la pérdida de la noción del tiempo y el espacio.
Vuelvo en mí con el sonido de los aplausos y las palabras de alabanza que se oyen en medio de la multitud.
En un instante parecieron desaparecer cada una de las almas que oían mi música y mi corazón comenzó a latir tan fuerte que el aire no entraba a mi cuerpo, mis ojos atónitos parecían no creer el cuerpo que estaban recorriendo, silenciosa e incrédulamente dije: “volviste...”