Olvidé mi vida en el congelador de un hotel
mientras una rubia de tacones
desfilaba sin gafas al estilo inhumana

Se calzaba sus bragas como cada mañana
y como cada mañana me alteraba
y yo con el café en la mano, olvidé mi vida en el lavabo

Podría serle indiferente, pensé,
pero tomaba el metro embelesado con sus danzas
de Moncloa a Argüelles no existía aire
incluso el desaire de acariciarla por las ventanas

Y es que en los bajones y sin parsimonia
arreglose sus cabellos
al estilo traicionero
al estilo indecente

Sus pasos amamantaban esperanzas vanas,
vanas y de color naranja.
Pero también de otras tonalidades, de esas tonalidades
más comprometidas con la causa de ser amante.