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En la iglesia te ubicas a mano derecha, justo detrás de una columna y al frente del Cristo doliente en la cruz. Allí agazapado entre los rezos y el olor a ropa mojada, la esperas. Piensas que quizás no va a venir porque llueve muy fuerte. Sin embargo cuando las puertas batientes de la entrada se abren y dejan pasar A dos figuras silenciosas tu corazón da un vuelco y tus ojos confirman lo que esperabas: Ella y su madre están aquí.
Las mujeres se humedecen los dedos con el agua bendita de las pilas, observas de reojo como se inclinan y persignan ante el altar, caminan hasta una banca y se sientan. Te preguntas cómo podrías llegar hasta ellas sin que sea muy evidente tu deseo de sentarte a su lado.
Es el momento de la comunión la madre avanza junto a otros feligreses por el pasillo central en dirección al sacerdote,la hija se ha quedado sentada como siempre. Te apresuras para ponerte en la fila. Al pasar cerca de la joven sus ojos se clavan en tí como dardos. Si quisieras podrías percibir el deseo que la invade cuando la saludas con un leve gesto de cabeza, pero su mirada te perturba y la esquivas haciéndote el distraído.
No puedes perdonarle que no confiese sus pecados, que no comulgue junto a los demás, que se sepa deseada por los maridos aburridos de las misas dominicales, pero lo que menos le perdonas es que no deje ni a sol ni a sombra a su madre. ¿Cuál es el fin de colgarse de su brazo y no soltarla jamás? Salvo para cuando ella recibe la ostia.
La madre nunca sabrá tus intenciones, ni se imagina que mientras ella cierra los ojos para pedir por la felicidad de su hija, para que el muchacho simpático de la misa de los domingos por fin se decida a ser el novio de su querida hija, tu pides que se vuelva eterno el momento en que degustas el sabor insípido de la ostia al mismo tiempo que la ostia de la madre se deshace en la suya, imaginas como sería estar pegado a su lengua tocando las cavidades de su paladar.
La comunión se transforma para ti en el momento más importante no por las razones religiosas que la gente podría pensar sino porque es el único instante en que al menos puedes compartir algo con el objeto de tu amor, algo que la maldita de su hija jamás compartirá.
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Texto agregado el 23-05-2005, y leído por 270
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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05-07-2005 |
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deliciosamente profano... me encanta... Olvido_Aras |
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19-06-2005 |
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¿Qué puedo decir? muy sugerente, me gusta la forma en que cuentas una historia de amor clandestino sin contarla. maitencillo |
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31-05-2005 |
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bo sabes qué satisfacción es volver aleer tu texto. me siento orgullosa de ti . bravo!!! yvette Ninive |
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30-05-2005 |
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EXCELENTE. YVETTE Ninive |
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25-05-2005 |
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Qué lindo! El amor secreto dentro de una iglesia, me gustó Isamar |
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