Muerta me encuentro en tu pecho
de ancestral monotonía,
implorando un refugio en el ahora
que se me escapa,
desgarbado, incandescente...
Despechada vengo a tí,
en busca de la soledad que prometes;
lo amé, pues era príncipe
de un color extinguido;
porque a su paso todo florecía
y cambiaba al unísono.
¿Por qué, musa corrompida,
no advertiste en mi camino los obstáculos?
Viste desde siempre este sentido doloroso,
sabías de antemano mi angustia eterna.
Y callaste...
callaste, malvada musa.
¿Es acaso este un castigo?
¿Para mi?
Yo, princesa de imaginaciones exaltadas,
¿debo rendirte cuentas?
Me atrapas con un hilo de seda....
y yo que estuve tan lejos de tus brazos.
Ahora estoy entregándome
al destino incierto
que guardas para mi,
a la desdeñosa alba que me elegiste.
Me someto a tus planes,
a tus reminiscencias
y a tus olvidos.
Te encomiendo un alma asesinada,
una sombra larga y eterna,
una mortal herida sin reacción.
Olvidé mi pasada existencia,
me burlo ahora de lo enamoradiza que fui.
La pasión no vale nada ya,
si de la lucha que se emprende
se está nadando contra la corriente.
Muerte, musa mía, mírame.
Te estoy pidiendo que me lleves.
Sin alarde ni sorpresa,
pido que me lleves y santigües,
me desconectes de un cuerpo
que por largo tiempo tuve
y que ahora ya no conozco.
Te imploro que me libres del dolor,
de la infame melancolía
de volver a ser una sola,
cuando ya había sido dos.
Te ruego que me ayudes
a abandonarme a mi propia suerte.
Tú, que eres la indicada,
la salvadora y la condena,
dame la mano y encuéntrame.
Hazme entender que no puedo
ni debo pedirle lo eterno
a un simple mortal;
a entender que en todas las obras
no siempre el que reparte los sentimientos
es el que se lleva la mejor parte.
Tú, que no estás agobiada
por una indecente carga de perlas,
dame un halo de tu oscuridad
para sacarme al cobarde del pecho,
arrancar al cupido de mis entrañas
y a desterrar todo,
todo lo que de él quede en mi.
Por él inicié esta lucha continua,
muté hasta en los más mínimo,
encendí miles de velas en mi cabeza
y atasqué mi reloj para no tenerte, musa.
Por él quemé mis pestañas
sobre un barco amenazado
de horrendos cíclopes.
Fue una jugada contra el tiempo,
un espejo de fantasía
que ahora se dibuja como hielo.
Ya nada sirve,
ni siquiera despegarme del papel
que tanto amé por ser mío.
Ya nada exige tanto
como los acordes de tercer movimiento
que tanto adoraba.
Ni siquiera mis cosas apreciadas,
las ideas infinitas
y prodigiosamente favoritas.
¿Qué sirve de aquello?
Nada sirve,
pues nada de eso soy.
Porque todo eso... fui... |