La angustia y la desesperanza le recorrían todo su cuerpo adolorido, sentía que habían pasado años desde la última vez que sintió los rayos del sol en su áspera piel. Casi no podía respirar el preciado oxígeno debido a las estopas que le habían colocado en sus orificios nasales, su vista se nublaba por la vaselina, sus riñones apunto de estallar de dolor y apenas podía acomodarse para dormir, pues sus extremidades estaban corroídas por el aguarrás y a eso agregándole el insoportable dolor en sus genitales causado por una simple e inocente aguja de tejer. Y la creciente desesperación en su interior por salir de ese oscuro y claustrofóbico lugar. Eso ya no era vida, lo había dejado de ser desde hace incontable tiempo para él, eso era el infierno.
De pronto, sin esperarlo; una luz atravesó la estancia que lo albergaba, sin detenerse a pensar, se levantó de su lecho con la alegría de sentir otra vez la libertad y volver a ver los campos verdes y pastosos a los que solía acudir. Cruzó la puerta con una gran ilusión reflejada en su mirada, frenético por aire fresco. Cual fuera su sorpresa que al cruzar hacia lo que él consideraba la libertad, una potente luz amarilla le deslumbró la vista y un aguijonazo en su cuerpo sintió. La confusión inundó su ser, y el barullo y el grito de la multitud de las gradas no ayudaban en nada. Ahora la confusión se convertía en ira, mientras pensaba la razón por la que lo habían colocado en esa situación. ¿Había hecho algo malo? ¿Por qué estaban allí las personas a las que por tanto tiempo había ayudado? ¿Hizo mal su trabajo? ¿Cuál era la razón por la que le castigaban de esa manera? Nada de esto servía responder, pues parecía que fuese la razón que fuere, ellos no iban a echarse para atrás… pero… ¿de qué iban a echarse para atrás? Sin apenas saberlo, y con un gran frenesí, comenzó a buscar la salida de aquél lugar circular y atestado de personas, casi sin saber comenzó a atacar quien se encontraba delante de él, pero parecía que por cada embestida, ésta le respondía con un golpe que le desgarraba las entrañas. Casi sin darse cuenta, comenzó a desangrarse, casi sin darse cuenta, cayó muerto. Y sin darse cuenta, los espectadores comenzaron a aplaudir al torero.
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