La suerte y el yo interior
Sin saberlo comenzó su narración expresando todas sus penas del momento, relatos trágicos sobre mariposas que terminaban muriendo en una pancita lampiña y desganada. Poco a poco, su nivel de escritura se iba desarrollando, metáforas en las que se encontraba a la parca esquivando flechas de dos o tres cupidos al mismo tiempo eran moneda corriente en los poemas sin rima, que podía escribir en un par de horas. Sus primeros lectores no comprendían como una persona que se mostraba extravagante ante la gente, podía tener sus momentos de melancolía frente a un papel, tan solo escribiendo sin que nada le importase.
Siempre terminaba con la muerte en sus líneas, riéndose de ella en algunas ocasiones, teniéndole respeto desde la postura de un simple mortal, en otras tantas. La antitesis de la vida era el héroe que siempre triunfaba, se convertía en la estrella hollywoodense que siempre lo fue, pero como en cada congreso, sin galardón.
Sus progenitores trataban de cuidar a la única rama de su árbol genealógico. Su padre, de traje gastado y siempre con una sonrisa en su cara, se convertía en un ser comprensible en los momentos de la lectura, quizás porque recordaba los años que la patria estaba presa de la libre expresión o talvez porque añoraba sus momentos de creación poética. Su madre, podía convertir a las polillas en aeronaves turísticas por eso a cada línea que leía de su hijo, un suspiro le iba abriendo la boca hasta terminar expresando la primera vocal en forma de sorpresa.
Determinaron que la ayuda de un profesional no iba a ser inadecuada, que los conocimientos de una persona desligada de afecto hacia el niño podían encaminarlo por la buena rienda. A todo esto se sumaba su mala conducta escolar y su antipatía a la hora de estudiar. Después de unos meses el niño seguía siendo el mismo, su conducta no era la esperada y sus cuentos no pasaron a hablar de pajaritos y de flores silvestres. Por eso, se olvido la concurrencia al diván y se llego a una conclusión casi catastrófica, aquella de pensar que solamente, él escribía en los momentos que se sentía mal.
El tiempo fue pasando y a cada año escolar la frase: “Su hijo es inteligente pero es muy vago”, se iba escuchando con mayor naturalidad. Regalos tales, como veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, terminaban archivados sin siquiera terminar un tercio del libro porque le causaban risa momentánea y terminaban aburriéndolo.
En el primer año de la secundaria fue abandonando la escritura para pasar a la esquina concurrida de adolescentes, los momentos memorables que se vivían a cada segundo lo envolvieron de felicidad pero se estaba transformando en la persona con la que nuestros padres no quieren que nos juntemos. Su cabellera había tomado forma de gallo, en conmemoración a los movimientos punk de la década de los ochenta, los pantalones que usaba tenían que lavarse más de lo que él esperaba y sus pocas remeras negras no podían ser reemplazadas por otras.
Las materias que había reprobado en su primer año, podían abrirle la boca a cualquiera, nueve decía la planilla, de las cuales aprobó tan solo seis que no le alcanzaron para pasar de año.
Pero la vida tiene esas cosas que uno nunca comprende, que lo toman por sorpresa. Y así fue la vida de este simple muchacho que por medio de una mudanza repentina, se encontró en un colegio con orientación en comunicación social que lo ayudo a expresar sus pensamientos en una hoja de papel. |