Los tambores se oyen lejanos,
Los tambores se escuchan desde el otro tiempo,
Los tambores bailan con la sangre caliente,
Son los tambores los que deambulan en el océano del haz,
Son ellos los que pervierten la razón,
La preciosa locura,
La preciosa locura que golpea el corazón,
Que golpea la...

¿Qué extraños sesos me recorren el pensamiento?,

¿Qué extraño haz me sale de las uñas?

Haz de sombra,
Haz de luz contagiosa,
Se desprenden,
Se desprenden de la boca,
Escurren por los dientes,
Gotean y resbala la mandíbula,
Por el cuello corren rectos y veloces,
Entre las cumbres más altas,
Y por los surcos
Entre las planicies
Hasta caer en el ombligo
Y penetrar de nuevo en el abismo,
Entre la forma corpórea
Y la infinitud de la conciencia.

Los tambores danzan al ritmo del haz,

En un paseo ciego,
En una explosión de éxtasis entre la sosegada existencia.
Y por la luz tenue,
Ligeros brillos flotaban sobre las telas, como una noche bajo el alero del cosmos,
Como alero de noche cósmico.
Y la tristeza era una cosa extraña.
Y era noche,
Y de noche radiaba la luz verde,
Tenue, sosegada, dormitando casi.
Y el pelo era una manta,
Era manta ligera, suave, mansa.
Y los ojos eran como hojas antiguas,
Los dedos ballenas prehistóricas,
Que nadaban tersas,
Tibias,
Transparentes
Entre una superficie semi lisa,
Semi tosca,
Lunar.


Y yo fui feliz,
Tan feliz y libre,
Tan libre como la libertad de los que tienen alas.
Y es que yo tuve alas,
Yo tuve alas entre la certeza de ser,
Y es que entonces comencé a soñar.
Soñé lejos,
muy lejos,

Como
Sueñan
Las
Alas
Lejos
De
Sus
Cuerpos.