En estos tiempos en que parece que dios no puede ayudarnos, debemos preguntarnos si dar las gracias a que nuestra supervivencia se haya amoldado a un modo de entretenimiento, o no. En la seriedad del arte, se entiende que va destinado a un fin elevado, que se transmite recíprocamente con Dios, el sexo y el propio arte. El aullido de la propia experiencia del individuo debe ser el punto de inflexión entre su composición y la del mundo. El arte debe recoger el aullido y el humor de la propia experiencia vital del individuo, para poder ser riguroso con lo que se quiere hacer, con la necesidad de interconectar las composiciones individuales con las que rigen las leyes del mundo. Todo ello, como vasto significado personal de la propia experiencia humana. Aún así, nuestras idas y venidas cuotidianas, parecen esconder el monstruo de la locura que de tantos modos es llamada e infiltrada en nuestra sociedad, y que remite en el miedo al mundo, a lo que uno es. Lo que aquí se propone una ligera cana al aire expiatoria y crítica. El humor engloba terrible seriedad, entendimiento y aceptación. Provoca una resolución fantástica e imaginativa a los conflictos. Así pues, demos gracias a que el humor no haya sido considerado, todavía, un arte perseguido por los más altos ideales. Puesto que aún se nos permite, con el permiso de la propia experiencia en la que se desenvuelve, una porción de nosotros mismo que la mayoría de veces no nos permitimos, y del que de otro modo, arte y experiencia humana no se verían beneficiados”.
Hermann Talamaya, Análisis a la Morfología Humana.
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