Allí estaba, en el rincón más oscuro del bar, bajo la penumbra de unas luces tenues, un aire misterioso lo envolvía haciendo que todo aquel que entrara por la puerta se preguntara por su identidad. De vez en cuando se iluminaba la punta del cigarrillo para a continuación elevarse una espesa nube de humo que se disolvía en el ventilador del techo. Todos tenían la misma sensación, la de verse observado por el hombre misterioso del rincón, como si escrutara sus anodinas vidas.
La mujer entró en el bar, se sentó en una de esas incómodas sillas de la barra, le hizo un gesto al camarero y un tequila resbalaba por su garganta a los pocos instantes. No pudo evitar fijarse en el tipo del rincón, tenía la sensación de ser observada por él y ella no era de esas mujeres que se quedan calladas, se deslizó de la silla y encaminó sus pasos al lúgubre rincón, se plantó delante de él y pudo ver con claridad el vaso ancho con dos cubitos de hielo que olía a whisky caro, un paquete de Camel a medio acabar, un bolígrafo barato y una pequeña libreta llena de anotaciones y garabatos. Él no dijo nada, siguió escribiendo mientras elevaba la vista furtivamente hacia la hermosa trigueña que tenía enfrente, ella apoyó las manos en la mesa, coja como siempre, y acercando su cara a la de él susurró:
- ¿Qué pasó, gustas de lo que ves?
El tipo tragó saliva y le respondió:
- Bonita chamaca eres, claro que gusto de lo que veo, en esta libreta escribo una historia, la nuestra...
Ella soltó una carcajada atronadora y gritó:
- ¡Felicidades Pedro!
Él le dio un beso de película y mientras salían del bar le dijo:
- Oye cariño, el año que viene por mi cumpleaños quiero que me regales una escena tipo Casablanca, qué te parece... |