Cuando ví la cara de pasmo del médico, sospeché que algo no iba bien. Ya saben, el hombre se puso pálido, la frente se le perló de sudor y el labio inferior le temblaba. Así que tragué aire y me dispuse a escuchar la sentencia: "cancer terminal", o algo así. Pero no. Simplemente me dijo: "No es posible. ¡Usted está muerto!"
Mi primera reacción, claro, fue la de ponerme a reír. "¡Pero qué bromista es usted, doctor!" Y a continuación añadí algo así como: "¡No me de esos sustos que para algo soy hipocondríaco, eh!" Pero no era ni una broma, ni un susto. Por lo visto era cierto. Estaba muerto. Me enseñó una serie de gráficas, me hizo escucharme con el fonendoscopio y sí, era verdad. Mi corazón no latía y mi cerebro no emitía ni la más leve señal. Pues qué alegría me ha dado usted, doctor.
Confieso que sentí una cierta decepción. No ví ningún túnel con luz maravillosa al fondo, ni música celestial, ni vi mi vida pasar delante de mis ojos. Nada de eso. Después de leer y escuchar tantas historias sobre gente que se muere y retorna, ¿no es para sentirse frustrado? Inmediatamente le pregunté al médico: "Y... ¿esto es grave? Quiero decir..." -ahí se me escapó una risita nerviosa, coño, claro que era grave, joder, ¡estaba muerto!- "quiero decir si es definitivo". El médico se encogió de hombros, murmuró que era la primera vez que veía algo así y que no sabía qué contestarme. "¿Y, bueno, ¿qué hago yo ahora? ¿Preparo mi funeral?" Y fue ahí cuando sentí un verdadero escalofrío: ¿meterme yo en un ataúd? ¿Y qué puñetas iba a hacer yo en un ataúd? ¿Esperar a que me devorasen los gusanos? ¿Y a quién invito? ¡Porque al pesado del Ramírez no lo quiero ni ver! ¡Sólo faltaba! Después de darme el coñazo durante años en la oficina tener que soportarlo dándome las condolencias, ¡pues vas listo Ramírez! ¡Qué te den!
Mientras pensaba en mi funeral, el médico me dijo: "Esto... se me ha ocurrido una cosa... ¿Le importaría que avisara a unos colegas míos? Entienda que un caso así... ¿Tiene usted prisa?" Y ahí nos reímos los dos. ¡Prisa! ¡Qué ocurrencias tiene mi médico! Le contesté que claro, que yo siempre he estado a disposición de la ciencia y que me temía que tenía mucho tiempo por delante.
Y así empezó mi periplo por hospitales, laboratorios y facultades médicas, con todo el mundo revisando mi cuerpo del derecho y del revés formulándome preguntas todo el tiempo, desde las más sencillas ("¿Le duele a usted algo?") hasta las más complejas ("¿Cual es el sentido de la vida? ¿Y de la muerte?"). He de admitir que pasé momentos de agobio, pero, miren, me fui acostumbrando y, no sé, será por vanidad, pero le cojí gustillo a eso de ser el centro de atención.
Y tanto gustillo le cojí que no tardé en aparecer por televisión. ¡Hay qué ver, qué poder tiene! De la noche a la mañana, me vi convertido en eso que llaman una estrella mediática. Aparecieron camisetas con mi imagen, discos, llaveros, posavasos, ceniceros, libros, revistas... ¡hasta mi propio programa de televisión! Vamos, que nadaba en el dólar, de tantas y tantas ofertas que tenía...
Pero, ¡ay! Ya dicen eso de que todo lo que sube baja y estaba escrito que mi estrella se apagaría. A veces, en según qué momentos, tenía un miedo: ¿qué pasaría si volvía a la vida? ¿Si a mi corazón le diera por latir otra vez? ¡Ya no interesaría a nadie! No dejaba de ser curioso que deseara con tanto ardor estar muerto, creo que soy la primera persona que no quería vivir sin estar depresivo, sin tener tendencias suicidas... Pero mis temores se mostraron estériles: no renací. Sencillamente apareció otro tipo al que partieron en dos durante un mal truco de magia y fue él y sus dos mitades los que me quitaron el trono. Estaba muerto y partido en dos, ¡eso sí que era una novedad! Y yo sólo estaba aburridamente muerto... Perdí mi programa de televisión, mis clubes de fans, nadie quería comprar mis camisetas... En un intento de recuperar la fama, traté de cortarme los brazos con un serrucho, pero ya les comenté antes mi naturaleza hipocondríaca, así que sólo llegué a hacerme una fea herida que, además, ni tan siquiera sangraba, la muy estúpida.
Para aliviar mi repentina soledad, quise volver a mi oficina. Estaba incluso dispuesto a bajar mi sueldo, puesto que mis necesidades vitales eran más bien escasas, para qué engañarnos. ¡sólo quería escapar del aburrimiento, jo! Pero... ¿a quién encontré de jefe recién ascendido? ¡Sí! ¡Al capullo de Ramírez! ¿Y que me contestó ante mi generosa -creo yo- oferta para volver al trabajo? "No sé, si al menos tuvieras la cabeza partida en dos..." Y venga reír... Ja ja y ja, qué gracioso el chico. Jodido Ramírez...
Así que aquí me tienen, escribiendo esta historia para esta página web, en un intento de matar (fina ironía la mía) el tiempo y de anunciar que sí, que estoy decidido y nadie me va a poder frenar. Voy a tratar de darme vida. Estoy harto, la muerte no tiene sentido para mí. Pero que nadie se lamente, he sido feliz...
© ® Pedro Marín Mármol, 2003
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